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¿Ciclomanía?

Sugerimos que la "bicimanía" que amenaza a las ciudades de Oviedo, Madrid y Barcelona, se modere tras la sosegada consideración de pros y contras. Seamos serios: de un lado, se nos ofrece salud, eficiencia, europeísmo y progreso; del otro, se postula dificultar objetivamente el tráfico automóvil, con esotéricos señuelos de "movilidad sostenible", "intermodalidad" y otros adjetivos rimbombantes.

Contemplemos la realidad: la pasada jornada de la bicicleta, dentro de la semana de la movilidad, consiguió reunir en Oviedo unos 350 ciclistas -la mayor parte de ellos niños- según sólida referencia de LA NUEVA ESPAÑA (19 septiembre, 2016), en una ciudad de 222.000 habitantes, lo que arroja una proporción de 1,6 por mil. Y en un día -domingo- en el que fueron especialmente convocados a un "paseo en bici" (sic).

Pero hay que analizar también otras consideraciones importantes. ¿Tendremos que llevar a la abuelita al fisiólogo en bicicleta? ¿Han de ir las mamás en bici a las guarderías para recoger a sus bebés? Los muchos ovetenses que trabajan fuera de la ciudad, ¿han de acudir a sus tareas diarias andando, o combinando trayectos de autobús y bicicleta? ¿También los que trabajan en turnos de noche? ¿Son cómodas estas maniobras con un clima lluvioso como el nuestro? ¿Se han de convertir importantes tramos de zona azul en carril-bici, para satisfacer a unos pocos usuarios? ¿Se deben reservar en los autobuses espacios para transportar bicis, como exige la práctica del rebuscado concepto de "intermodalidad"? Bajo el punto de vista de las relaciones sociales más comunes, tampoco parece muy "guay" que los ciclistas lleguen a sus destinos habituales, (oficinas, aulas, despachos, hospitales, juzgados, etcétera) oliendo a tigre, tras la sudoración provocada por el pedaleo; o ¿hay que exigir también la instalación de duchas y vestuarios en todas estas instituciones?

Si, como correctamente predican los ciclistas, "hay que apostar por el respeto mutuo", tendrán que corregir su fobia al automovilista, manifestada en exigir para los coches en ciudad, una exasperante velocidad máxima de 30 kilómetros hora que, por otra parte, contribuye a aumentar la contaminación, especialmente cuando se combina con el trayecto más largo posible, y la programación de los semáforos para la detención casi sistemática de los coches de rojo a rojo, y aguanta porque te toca. No hace falta ser ingeniero, para saber que la ralentízación del tráfico rodado, se traduce automáticamente en contaminación atmosférica, por incremento de las concentraciones de C02, N02 y otros gases de combustión; responsabilidad de la que hay que excluir a la Policía Municipal, que ha de tocar al ritmo político que se le impone; sea minueto o bachata.

Se pide también que las bicis puedan rodar libremente en los parques públicos, el último reducto seguro para niños y abuelitos, cuando las pocas bicicletas que hay, ya circulan en las calles de sentido único, a contramarcha por las aceras, (como he podido constatar el pasado domingo a la una menos veinte en la calle Asturias); sorprenden a los peatones, por delante o por detrás; y cruzan en marcha los pasos de peatones (¿serán también de "ciclotone"?) con el mayor descaro. No hablemos siquiera de los adelantamientos a los coches dentro de la calzada donde, "de facto", todo es posible menos la opción subterránea.

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