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El escote de las festeras

Muy prudentes deben ser las falleras mayores de Valencia y sus damas para no haber montado la de San Quintín cuando el concejal de Fiestas Pere Fuset le hizo firmar ese esperpéntico protocolo en el que no solo se les prohibía vestir con falda demasiado corta, escote y transparencias en los actos particulares, sino que además incluía ese párrafo digno de la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera de que, si lo que llevan es indecoroso o inadecuado, "el acompañante que las recoja tendrá la facultad de obligarlas a cambiarse y, en caso de negativa, previa consulta con la vicepresidencia correspondiente, dejarlas en su domicilio". El concejal, de Compromís, tras la indignación lógica de su jefa, Mónica Oltra, se ha excusado diciendo que sacó a la luz este protocolo para evidenciar que estaba desfasado y generar debate, aunque no ha sabido encontrar una explicación lógica de por qué tuvieron que firmarlo las falleras, pero, bueno, podríamos aceptar pulpo como animal de compañía y dar por pasado semejante tropezón si no fuera porque evidencia el paternalismo con que se trata a las mujeres en muchas fiestas de este país.

Falleras, bellezas, madrinas, damas, reinas... No hay festejo que se precie sin una mujer sobre la carroza o sobre el escenario. Siempre guapa, sonriente, joven, prudente y callada y siempre acompañada de un hombre que la guía, la lleva y la trae de acto en acto. El protocolo de Valencia incluía, además de los centímetros de la falda y la obligación de llevar tacones, recomendaciones sobre cómo deben comportarse las falleras, como que no se rían o hablen alto en los actos oficiales, cuestionando así el criterio y la capacidad de decidir qué es lo correcto de estas mujeres, como si fueran bobitas descerebradas aunque muchas les den sopas con honda en formación e inteligencia a los hombres que las acompañan. Y no es que no haga falta un protocolo, aunque debería hacerse extensivo, o mejor, exclusivo de los hombres, pero no para aconsejarles llevar camisa en vez de camiseta de tirantes, sino para frenar las actitudes groseras y machistas de algunos alimentadas por el grupo y por el exceso de ron de las fiestas. La paradoja es que la imagen de la mujer en la carroza no ayuda precisamente a cambiar ni la mentalidad de los cavernícolas ni la de los dirigentes de las fiestas de nuestros pueblos que son capaces de pasar a firma protocolos sonrojantes y caducos.

No voy a pedir yo un rey de las fiestas de mi pueblo en vez de una reina ni voy a sugerir que se elimine esta figura porque no quiero que me lancen huevos, aunque quizá sería hora de que nos lo hiciéramos mirar.

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