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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Jovellanos y Año Nuevo

Existe un extendido dicho local que asegura que Gijón le debe el mar a Dios y el resto a Jovellanos. De ser cierta tal aseveración, sin duda hiperbólica, cabría pensar que de Jovino a esta parte ningún mandatario local ha conseguido edificar nada reseñable en el cometido de perpetuar el nombre de esta ciudad, ni siquiera el grandonismo de Areces con su discutible sucesión de mausoleos, ya sea el tan inexplicable como imponente centro de arte de la Laboral, ya sea la monumental regasificadora en perpetua hibernación.

Cabría pensar también que de Jovellanos a esta parte la política gijonesa es un páramo, un erial de ideas en barbecho. Y aunque cueste trabajo identificar grandes obras que lleven la firma de mandatarios públicos locales en los dos últimos siglos, del tamaño de las que ideó el faro de la Ilustración, uno apostaría a que el Parque Científico y Tecnológico, que se remonta a la época socialista, es iniciativa digna del mejor jovellanismo. Ocurre que los políticos locales llevan la palabra Jovellanos o la cita certera del prócer pegada a la boca como si fuera una caries y no les sacas de ese uso que es abuso. Como aquél que pensó que Asturias entera le aguardaría jubilosa en las rampas empinadas del Pajares, para traerlo en volandas sobre el escudo arverno, como un Abraracúrcix de la aldea gala sitiada por un supuesto poder omnímodo cesarino.

Le escuché en una ocasión al erudito local Moisés Llordén que tal era la influencia de Jovellanos en la iniciativa local que El Musel actual no hace sino sublimar una vieja idea del prócer. ¡Ay, si Jovellanos levantara la cabeza y viera su gran sueño sentado en el banquillo de la Audiencia Nacional!

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