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Reflexiones de bebés anónimos

Me parezco

Pongamos que me llamo Manuel y que tengo 17 meses.

No sé si algún día llegaré a ser yo mismo, pues, por lo visto, estoy hecho de trozos pegados de muchos.

Me aseguran que tengo los ojos de mi madre, la barbilla de mi padre, los gestos de mi abuelo Ángel, los rizos de mi tía Marisa, la nariz de mi primo Víctor, la boca de mi tía Maribel, las orejas de mi abuela Araceli, las manos de mi tía Ana, las piernas de mi tío Juan, la frente de mi abuelo Manolo, el oído musical de mi tío Gabriel y el lunar en la nalga izquierda de mi primo Pablo.

Uf, ¿veis? Estoy formado de cachos de otras personas sin que ninguno me pertenezca. Bueno, a lo mejor mío tengo el pensamiento, pero no quiero decirlo demasiado alto no vaya a suceder que también alguien lo reclame como suyo.

Lo sorprendente es que esos trozos que me atribuyen de otros varían según quién me mire. Lo explico. Una tarde salí con María, la amiga del alma de mi madre. María me suele sacar a pasear cuando mi madre tiene que trabajar.

De María todavía no me habían sacado ningún parecido, hasta aquella tarde en la que nos tropezamos, de pronto, con una conocida suya. Y la conocida, sin preguntar nada de nada, se arrimó a mí y gritó:

-¡Ay, qué rica!, es clavadita a ti, tiene tus ojos, tu nariz, tu boca?, vamos, que es tu vivo retrato, chica. No podrás decir a nadie que no es hija tuya.

María, conteniendo la risa, le aclaró que un servidor era un niño, no una niña, y que, además, no era hijo suyo, sino de una amiga.

La conocida, abochornada, balbuceó algo incomprensible y desapareció. María se echó a reír y me contagió su risa a mí y a los que pasaban a nuestro lado.

¿Veis? Todos quieren encontrar en mí algo de otros, por eso decía que no sé si algún día llegaré a ser yo. ¿Me pareceré a muchos sin reconocerme en ninguno?

Perdón, perdón ¡sí tengo algo mío! Ese algo es mi sombra. Un día, mi tía Maribel me dijo:

-Fíjate bien, Manuel, observa qué maravilla, ésa es tu sombra.

Qué alegría, por fin alguien me habló de algo mío, de algo propio, de algo, además, maravilloso que yo tengo y que me pertenece.

Ahora puedo decir que ya soy alguien: soy una sombra. Sólo falta buscarle un cuerpo entero que le corresponda de verdad. Un cuerpo al que pueda llamarlo Manuel.

Y en ello estoy.

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