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Abogado

Educación y enseñanza

Una vez que ¡por fin! se han intercambiado palabras entre los portavoces de los partidos políticos sobre las futuras negociaciones para cambiar impresiones al objeto de alcanzar el necesario pacto educativo dentro del primer semestre del novísimo año, las estadísticas siguen insistiendo en la cosecha importante de premios en cuanto a fracaso escolar en nuestro país. Dan cifras sobre la generalidad, sin tener en consideración los casos particulares de centros de donde salen alumnos preparados en la excelencia, como tampoco aquellos otros donde al parecer es imposible, por las especiales circunstancias que los rodean, en los que la capacidad de los alumnos para aprender está bajo mínimos. Como siempre, las estadísticas son la media de la raya de lo que hay a la derecha o a la izquierda, política excluida.

Y no es algo que nos sorprenda, pues las quejas de los profesores dispuestos a enseñar son continuas y de muy diferentes matices e influencias: la integración de todo tipo de alumnos en una misma clase juntando las churras con las merinas; la influencia de los padres en la libertad que debe tener el centro escolar para impartir la enseñanza; los programas de estudio cada vez más descabellados y recargados sin valorar hacia quién van encaminados en función de la edad y capacidad de comprensión; la manipulación de las ideas políticas en los temas a desarrollar; en cómo se ha de trabajar y funcionar en las aulas, etc., etc., entre otros extremos.

Pero, si los equipos negociadores del futuro pacto conocen la realidad, es de esperar que la tengan en cuenta al elaborar sus informes y estudios, así como que caigan en la cuenta de que todavía no ha calado en la mente social la obligada distinción entre instrucción -o enseñanza- y educación, que si bien es cierto que ambas tienen zonas comunes, las diferencias entre una y otra son considerablemente notables. El hecho de identificarlas, como sucede hoy por hoy, está dando lugar a importantes errores en lo relativo a la estructura de ese complejo edificio que es el mal llamado mundo de la educación. De ello hablan muy claro las denominaciones que han venido dándose al máximo órgano administrativo encargado de su ordenamiento, con más o menos áreas de competencia: Ministerio de Educación Nacional, de Educación y Universidades, de Educación y Cultura, de Educación, Cultura y Deporte?, cuando era más noble y clara la de Ministerio de Instrucción Pública que, al menos en cuanto a su nombre, no creaba confusiones ni engañaba a nadie. Todos los esfuerzos de los pedagogos de los dos últimos siglos, especialmente desde Rouseau, para mentalizar a la sociedad en esta diferencia, han resultado baldíos.

Quizá sea un poco burda la expresión de que la educación se encarga de transformar en ser humano a lo que la madre trae a la vida en el momento de su alumbramiento, a diferencia de la instrucción o enseñanza, que tiene como finalidad proporcionar al individuo los elementos culturales heredados que con un reduccionismo bastante notable, la autoridad académica de turno ha calificado de "oficiales" y por tanto obligatorios.

La confusión de ambos conceptos se pone de manifiesto cuando ciertos niveles académicos llevan la denominación de "educación", tales como Educación Preescolar, Educación General Básica, Educación Secundaria Obligatoria, etc., cuando lo propio sería encuadrarlos en lo que verdaderamente son: diferentes niveles de instrucción: Primaria, Preescolar, Básica, etc. ¡Ojalá la verdadera educación estuviera estructurada en grados paralelos a esos niveles, con personalidad propia y sin dejarse contaminar de elementos espurios!. Y me estoy refiriendo a esa educación que se sustenta en valores universalmente experimentados a lo largo del tiempo, ya que el mundo civilizado tiene historia suficiente para evaluarlos y saber aceptarlos o, en caso contrario, prescindir de ellos.

Sin pretensiones filosóficas ni psicológicas ni de ningún otro género, los valores que hoy más que nunca requiere nuestra conformista y consumista sociedad deben estar hechos de esa amalgama que resulta de hermanar la verdadera educación con una buena cultura, sin que una y otra se confundan sino que se complementen en el individuo. Sin olvidar que esa buena educación en cierta medida está hecha de lo que llamamos los valores tradicionales que han dinamizado y hecho triunfar a los diferentes pueblos y civilizaciones, tales como honradez, patriotismo, laboriosidad, fidelidad, etc., pero que así, en abstracto, no significan nada si no se insertan en la cultura de los tiempos ni se separan de la fuente verdadera que no es otra que la que conocemos como Ley Natural, tal vez nunca escrita en códigos ni textos, pero sí en el espíritu humano desde su creación. Encontrar y desarrollar los artículos de esa Ley que están potencialmente en el corazón del ser humano es la labor por excelencia de la verdadera educación.

El origen de la confusión de ambos conceptos, enseñanza o instrucción-educación, está en la creencia ciega de que las asignaturas oficiales tienen de suyo valor educativo suficiente para la formación integral de la persona, lo cual da a la sociedad la confianza y a la vez la tranquilidad de que sus niños y jóvenes están siendo satisfactoriamente educados con los diferentes planes de estudios vigentes en cada momento. Por ello, una buena parte de los padres se inhiben de la función de educadores que por ley natural les corresponde, sintiéndose liberados de ejercer esa difícil y delicada función para la cual se sienten poco o nada preparados, lo cual contrasta con la diligencia que algunos ponen en buscar un profesor de apoyo, o "particular", para su hijo en alguna asignatura de las oficiales, pero no para darle lecciones de lo que verdaderamente debe entenderse por educación, en cuanto elemento para la realización de un verdadero proyecto educativo concebido y deseado por sus propios padres.

El tema no se agota aquí. Volveré sobre él si el lector me lo permite.

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