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Fernando Granda

La carrera de las verdinas

La exquisitez de esa fabina verde, alargada, plana y pequeña que antes sólo se encontraba en comercios especializados y ahora da el salto al mercado global

Esa fabina verde, alargada, plana y pequeña conocida por verdina está dando el salto al mercado global. De forma discreta y casi repentina apareció hace unos meses en muchos mercados madrileños. Si hasta hace poco solamente se la encontraba en comercios especializados hoy la ofrecen en los puestos de mercados municipales, en supermercados generalistas y hasta en mercados ambulantes. Tienen un precio aún selectivo pero si su expansión sigue adelante y penetra en las cocinas y restaurantes se hará más asequible. Su exquisitez lo merece.

En un principio su presentación en escaparates y muchos mostradores alegraba el semblante de quienes conocían su bondad. "¡Mira, verdinas de Llanes!", exclamaba mucha gente al verlas en el mercado. "Son verdinas, ¿verdad?", preguntaban incrédulas/os muchas/os compradoras/es. Y la/el tendera/o se aprestaba a explicar lo suaves y sabrosas que eran, cómo se preparaban y hasta sus magníficas y saludables cualidades. Personalmente he oído por la calle, en el ascensor, en la sala de espera de una consulta hablar de las verdinas, de su cocinado y hasta del marisco que mejor les va. ¡Una mareína!

Madrid, caserón manchego para unos, crisol de costumbres para otros y absorbente consumidor de todas las culturas, parece que inicia camino hacia el condumio de un manjar hasta ahora desconocido para la mayoría de sus comensales. Digamos que solamente era saboreado por los madrileños que se acercaban a alguna comarca asturiana donde se cultivaba esta pequeña alubia verde y quizá un poco especial. También a algunos restaurantes con cocina astur del centro histórico madrileño. Y por supuesto, a la zona oriental del Principado donde forma parte de menús y cartas de toda casa de comidas. Claro que creo que es necesario estudiar la situación ante la gran aparición de la nueva legumbre en los mercados capitalinos porque la ciudad devora cualquier novedad que se le presente.

La cosecha llanisca, por ejemplo, ¿da para tanto? Ni por asomo. El valle llanisco de Ardisana, principal lugar de cultivo al que llegaron las verdinas de Francia -según parece traídas por los descendientes del pionero conde de la Vega del Sella- quizá tiene un clima propicio para su cultivo, bastante húmedo, pero solo 25 kilómetros cuadrados de superficie y menos de 400 habitantes. Se cultivan también en menor cantidad en otras zonas del Principado, aunque en las jornadas dedicadas a su degustación en Llanes los comensales no alcanzaron el millar en 2016.

La verdina se cultiva también en Galicia. Comarcas de Pontevedra y la coruñesa de Bergantiños, entre la capital y la Costa da Morte, la tienen en sus huertas, aunque su producción tampoco es elevada. El concello de Ponteceso es su mayor productor. Es un territorio llano y puede extender su labranza para conseguir mayor rendimiento. Creo que el área asturiana de plantación también puede crecer y aumentar su productividad. Ahí está el ejemplo del cercano y reducido concejo de Cabrales que el pasado año logró aumentar la elaboración y venta de su emblemático queso un 16%, informaba LA NUEVA ESPAÑA, y ha "multiplicado por cinco su producción en los últimos 30 años".

La oleada de la verdina asturiana en Madrid ha de ser lenta ante la escasa extensión de su cultivo. También tiene que bregar con la popularidad de su hermana mayor, la faba de la fabada, el pote de berzas (éstas hoy día reivindicadas saludablemente por científicos estudios gastronómicos) y el viral cachopo, que en esta época invernal es impresionante. Aunque en verano, la verdina, menos contundente, les puede hacer sombra. Lo que se impone ahora es competir con la "faba do marisco" que tiene sus partidarios en Galicia. En fin, comienza la carrera de las verdinas.

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