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Pilar Garcés

Déjame de superwoman

Las furias que se cebaron con la periodista Samanta Villar, que osó poner en entredicho la imagen idílica construida alrededor de la maternidad

De todas las etiquetas chungas que le pueden caer a una mujer, tal vez la peor sea la de superwoman. Te la sueltan como quien te desea "suerte y al toro", para no decir "encantado de haberte conocido" o "ahí te pudras". Seguro que cualquier superwoman daría medio brazo por que le echaran un cable con los niños, la hipoteca, los abuelos, el inventario de fin de mes, el novio o la autoestima en el subsuelo, pero claro. Los personajes de ficción es lo que tienen: que no se pueden salir del guion y reclamar más subsidios y menos lazos en la solapa, más horarios decentes y menos eslóganes, más sueldo y menos mociones al Pleno, muchas guarderías y centros de día, más compartir, o repartir, y menos ayudar. Las mujeres nos hemos acostumbrado a la sobreexplotación, y ahora resulta complicado convencer a la humanidad de que no preferimos sacar la ropa de la lavadora a ir al cine, cruzar la ciudad para llevar a los niños a las extraescolares a hacernos la manicura, comer de fiambrera mejor que en casa, tomarnos una pastillita antes que ir a clase de zumba, cuidar a ser cuidadas. Las superwoman no se quejan, motivo por el cual las furias se han cebado hace un par de semanas con la periodista Samanta Villar, que osó poner en entredicho la imagen idílica construida alrededor de la maternidad. Y lo que es peor, poner su ego por delante de sus mellizos.

"Desde que soy madre he perdido calidad de vida", sentenció la reportera que relató paso a paso su embarazo múltiple, y ahora ha escrito un libro sobre la falta de sueño, la crispación y el estrés de la crianza, sobre la añoranza de una buena novela o una cena con adultos en la vorágine de pañales y biberones. La han puesto de chupa de dómine. Desde la discrepancia más absoluta sobre su concepto de la calidad de vida, empatizo con el extrañamiento que produce habitar de repente en un caos agotador, y creo que la misma libertad de expresión que asiste a Valtonyc con el rap antimonárquico y al autobús de Hazteoir.org con su transfobia puede cobijar a Samanta con la decepción sobre la maternidad. Empieza a haber demasiadas cosas que no se deben decir en nuestra democracia invertebrada. Con un caparazón tan blando poca protección tiene la pluralidad.

Las madres son felices por el mero hecho de serlo, y no necesitan nada más. Esa es una verdad cómoda para los gobernantes porque les deja mucho tiempo y recursos libres. Desde la diversidad de experiencias, me alegra ver que últimamente van cayendo tabús y se publican las opiniones de mujeres arrepentidas de haber tenido hijos y de otras que han decidido no parir nunca y se esterilizan siendo jóvenes, de madres que se sienten completas, y de mujeres que defienden la procreación como un baluarte femenino irrenunciable. Tan diferentes en su forma de vivir, y tan parecidas en el deseo de que se les haga algo más fácil seguir adelante con sus propias elecciones. Mujeres normalitas, súper hartas de esperar reales políticas de igualdad, más allá de los fuegos artificiales de 8M.

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