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Jugando a no pisar la raya

La ingenua tendencia a confiar en que la ultraderecha se debilite sin combatir las causas que la alimentan

De creer los titulares con los que los medios martillearon a los ciudadanos toda la jornada de ayer, medio mundo tenía girada su cabeza hacia Holanda para saber si el neofascismo rampante, llámenlo populismo si les van los sabores suaves, ha tocado techo con la victoria de Trump o sigue sumando muescas en su culata. Se diría que el mensaje era algo así como: si gana Wilders habrá de temerse lo peor, pero si pierde aún hay esperanza. Cara o cruz. Un pensamiento que recuerda mucho esas ingenuas esperanzas infantiles de alcanzar algo -un aprobado, un beso- si se logra superar un reto fácil. Por ejemplo, recorrer una acera sin pisar ninguna de las rayas que la surcan.

Sin embargo, todo deja suponer que el resultado de las elecciones holandesas de ayer será casi indiferente para el magnífico estado de salud de la ola neofascista. A menos que el alza del ultraderechismo islamófobo, xenófobo y eurófobo pretenda explicarse por un mero efecto de contagio. Lo cual sería cuando menos una irresponsabilidad, pues delataría la ausencia de cualquier voluntad de remediar sus causas. Y algo peor, la voluntad de mirar a otro lado con la esperanza de que tarde o temprano escampe.

Holanda, que sólo cuenta con un 5% de musulmanes en su población, es un país que crece al 2,7% -frente al 1,7% de media de la zona euro- y cuya tasa de paro no rebasa el 5,3%. Por sólo citar dos santos de la biblia neoliberal. Y, sin embargo, Wilders se ha convertido en el azote del sistema con un amplio surtido de frases antiislámicas, reforzado con la promesa de convocar un referéndum para salir de esa UE multicultural que no pone coto a la inmigración, y con elementales ataques a los Gobiernos que permiten a los musulmanes de Holanda gozar de ayudas sociales.

Cada cual es libre de decidir si Wilders tiene o no razón al enunciar que allí donde el islam es mayoritario no hay libertad o que el Corán es un libro de guerra y odio. Resulta, sin embargo, menos opcional constatar que numerosas sociedades occidentales han alcanzado los niveles de presión que empujan a designar al otro -los inmigrantes, la clase política salida de la II Guerra Mundial- como chivo expiatorio. Lo curioso es que las causas del exceso de presión no son difíciles de entender, entre otras cosas, porque en esencia son sólo dos: las sucesivas vueltas de tuerca que el neoliberalismo ha dado a su desfachatez y el reemplazo del enemigo soviético, como mito de cohesión occidental, por el enemigo islámico. Ahí es donde quienes tengan voluntad de actuar, empezando por los socioliberales que un día fueron izquierda, tienen un campo de juego. Aunque el tiempo apremia. Lo demás es seguir jugando a no pisar la raya sobre una caldera de aceite hirviendo.

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