En siete minutos locos consiguió el Sporting lo que no había logrado a lo largo de esta sufrida campaña salvo el día señalado de la victoria ante Osasuna: anotar tres goles y tomarse un respiro para seguir remando contra corriente. Fue el de ayer el partido del miedo, tanto en el pasto como en la grada. Sobre el terreno de juego, porque la muchachada rojiblanca ingresó en la cancha encogida, timorata, incapaz de impedir de inicio que un Granada guerrillero y anárquico se le subiera a las barbas del borde del área.
Y miedo también en el cemento, porque los aficionados tomaron asiento con el resquemor de quien va al cine a ver una película de terror, desconoce el guión y no sabe qué se va a encontrar, ni en qué minuto le van a dar un susto de muerte.
Fue también el partido de los errores, seguramente consecuencia del mismo miedo atenazante y de una responsabilidad que se traslada del cerebro a las piernas de unos jugadores de uno y otro equipo que se deslizan al borde del abismo. Y que en el caso de los locales se asomaron al vacío cuando un Granada pésimo, que justificó con creces su situación en la tabla, se adelantó al inicio de la reanudación, de carambola.
Bastaron siete minutos de gloria para que el Sporting enmendara el guión y dejara en drama lo que auguraba tragedia. Y digo drama porque la película aún tiene abundante metraje de sufrimiento y desconocemos a día de hoy si el equipo llegará a los créditos finales con opciones de mantenerse en la cartelera principal o tendrá que resignarse a la aparición en cines de barrio.
