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Escenarios posibles y tensiones ciertas

La crisis del Govern ante la proximidad de unas nuevas elecciones y el atasco en el "procés"

ERC no se siente "incómoda" con la idea de un nuevo tripartito de izquierdas. Es la disculpa que da la coordinadora general del PDeCAT, Marta Pascal, para justificar el rechazo de su partido a reeditar la coalición Junts pel Sí con vistas a unos nuevos comicios. Esa justificación es un nuevo clavo en el ataúd del alicaído frente soberanista. El segundo en unos días, después del escándalo por el espionaje, supuestamente republicano, al "número dos" de la formación, David Bonvehí.

El espiado no llevará el asunto ante el fiscal, pero, de seguir así las cosas, ERC y el PDeCAT pronto empezarán a cruzarse reproches por el retraso que acumula la organización del referéndum, tarea encomendada al líder republicano y vicepresidente del Gobierno catalán, Oriol Junqueras. Bonvehí reconoció en privado que el "procés" puede acabar fácilmente en desastre, ante lo cual su partido debería tener listo un candidato con perfil "autonomista" para volver al orden tras esas elecciones anticipadas, las cuartas desde 2010, que ganará con claridad ERC.

Las tensiones entre los dos socios se explican, primero, por esa ventaja que Esquerra ha cobrado en los sondeos (lógico: el público siempre prefiere el original a la fotocopia) y por el mutis de Puigdemont, que no piensa quedarse para presenciar en directo el desastre que Bonvehí ha osado pronosticar. Pero también porque el referéndum que se quiere celebrar no era (no es) más que una añagaza para cazar incautos y desviar la atención de la corrupción galopante, y además se prefiere verlo prohibido que ejercitado, pues a diferencia de lo ocurrido con el simulacro de consulta del 9-N, quien lo convoque corre el riesgo de incurrir en delito de malversación, penado con la cárcel. La nula repercusión internacional obtenida por el "procés" (léase el reciente "no" de Jimmy Carter) hace el resto.

Puigdemont sólo ha cedido a hablar de ruptura unilateral para no perder los votos de la CUP en el Parlament, pero nunca ha ocultado que su deseo es consultar a los catalanes con todas las de la ley, es decir, con autorización del Gobierno de Rajoy. Como eso no va a ocurrir, no sería tan extraño que después de llamar a las urnas (en junio) buscase alguna buena disculpa para dar marcha atrás. La mejor de todas, porque engorda el victimismo y el pliego de cargos contra Madrid, se la proporciona el "no" del propio Ejecutivo del reino. Pero puede haber otra: que la CUP, harta de esperar un gesto definitivo de ruptura con el Estado (que tampoco llevaría a ningún sitio, salvo a prisión), le retire el apoyo en el Parlament, ante lo cual sólo cabría ya convocar elecciones.

En ese escenario, grosso modo, ERC triunfaría, el PDeCAT quedaría al nivel de C's y la CUP perdería varios escaños. Según los últimos sondeos, sus mermados números aún les darían para reeditar otro bloque secesionista, pero, si no es así, a Junqueras le restaría la opción (la que él prefiere, según Pascal) de montar un tripartido de izquierdas con los "comunes" de Colau y Catalunya Sí Que Es Pot, si es que, para la fecha, esta alianza de Podemos e ICV-EUiA, a la que las encuestas prometen un fuerte ascenso, no ha terminando sumándose al frente de la alcaldesa de Barcelona.

Sin embargo, ese tripartito estaría por la consulta autorizada, no por la ruptura, y ahí sí que se abren otras alternativas: desde la negociación de un mayor autogobierno hasta una entente, con otro presidente en la Moncloa, para pactar el plebiscito, sin descartar la "vía Miñón" que defiende el PSC en reconocimiento a la singularidad de la "nación catalana". Para todas ellas, Junqueras es el hombre: no está manchado por la corrupción y además no tiene miedo de aparecer en una foto posando confiadamente la mano en el hombro de la vicepresidenta Santamaría.

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