Cuando nadie lo esperaba (y contradiciendo sus afirmaciones de semanas anteriores), la primera ministra británica, Theresa May, sorprendió al anticipar las elecciones en su país (previstas, inicialmente, para 2020). ¿Por qué, este movimiento de May?
La razón obvia es que, en vista de las espinosas negociaciones para acordar la salida del Reino Unido de la UE, May ha decidido reforzarse, con la intención de obtener un cheque en blanco de los electores. En caso de vencer, tendría un amplio margen temporal para negociar la salida británica en los términos que juzgue convenientes, sin presiones de calendario ni de su propia formación (tanto de los "brexiters" recalcitrantes, partidarios de dar un portazo sin contemplaciones cuando se hable de facturas, como de los eurófilos que aún operan en el grupo parlamentario conservador).
Pero, más allá del "Brexit", el golpe de May pilla con el pie cambiado a la mayoría de la oposición. Especialmente, a los laboristas de Jeremy Corbyn que, a tenor de las encuestas, pueden cosechar uno de los peores resultados que se recuerdan. Esto, unido al descabezamiento de los nacionalistas de UKIP (que ya han logrado su objetivo: salir de la UE), podría facilitar una holgada mayoría a los tories de May.
No obstante, pese a tenerlo casi todo a favor, May no puede desdeñar los riesgos: los liberaldemócratas, en fase ascendente, jugarán la carta de un "Brexit blando" (es decir, mantener la mayor parte de acuerdos posibles con la UE), mientras que los sondeos británicos tienen fama merecida de no haber acertado, últimamente. Y es que una consulta ciudadana, por muy ganada que esté, la carga el diablo. Si no, que May le pregunte a su antecesor, David Cameron, que tuvo que salir por la puerta de atrás tras perder el referéndum sobre el "Brexit". Casi inesperadamente.
