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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Luis Ortega y el piano del Club

Miércoles en la sobremesa. Tras degustar una suculenta paella de marisco en el Club de Regatas, un grupo de amigos de reunión mensual -o no- nos encaminamos a la terraza, a presenciar, con un café en las manos y unas memorables risotadas a cuenta de las geniales ocurrencias del arquitecto Álvaro Ron, el devenir de las olas de una tarde gris de aguacero leve sobre la bahía.

De repente emergen, desde el salón del club, unas notas al piano que retrotraen a otra época: baladas y sonatas sumamente reconocibles... Sobre el teclado, las manos nada temblorosas de Luis Ortega Alonso-Villaverde, que el próximo agosto cumplirá rigores de nonagenario. Los veterinarios gijoneses celebraban su reunión anual y Ortega, presidente de la Sociedad Filarmónica de Gijón, impenitente melómano, deleitaba a una reducida concurrencia que bailaba agarrado, domesticando las teclas con etérea delicadeza.

Observo al pianista desde una cierta distancia. Cierra los ojos y deja, ensimismado, que sus manos discurran por el tapete blanco y negro de la cremallera del teclado. Puede que el instrumento no esté bien afinado, pero Luis Ortega obtiene serenas resonancias de aquel mamotreto de madera del Club de Regatas, que parece más un noble adorno, un mueble memorable, que una caja sonora.

De casta le viene la melomanía: su padre, Francisco Ortega, compuso cuplés que llegó a entonar "La Argentinita". Alguno de ellos se lo oyeron tararear a Juan Ramón Pérez Las Clotas en esta redacción, hace ya años. El veterinario marchó y solo quedó el piano, quieto y mudo. Ya lo decía Chopin: un país sin pianos es un país salvaje. O una ciudad, o un club...

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