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Fernando Granda

La suerte de "La máquina de escribir"

La sintonía del espacio era precisa y hacia las diez de la mañana la música de "La máquina de escribir", de Leroy Anderson, nos anunciaba en la nueva emisora en Oviedo de Radio Nacional de España el repaso de los textos más interesantes que publicaba la prensa asturiana del día. Aquella jornada me asaltó la taquicardia al oír la lectura completa de un artículo que días antes había enviado a "La Voz de Asturias", titulado "La oración del siglo XX", nombre del espacio que se emitía cada mediodía. Comentaba en él cómo las emisoras de la radio estatal parecían adaptarse a los nuevos tiempos y empezaban a presentar los cambios que había establecido el Concilio Vaticano II casi dos años antes. Más o menos adaptar la disciplina eclesiástica a los nuevos tiempos, promover el desarrollo de la fe católica, la renovación moral de los cristianos y buscar la interrelación con los no católicos y con otras religiones, principalmente las orientales. Era innovador en una emisora oficial en tiempos del tardofranquismo. Estábamos a dos de mayo de 1967, martes, hace ahora cincuenta años.

Variopinto año musical aquel con el lanzamiento de "Sgt. Pepperts Lonely Hearts Club Band", de los Beatles; "Their Satanic Majesties Request", de Rolling Stones; el surgimiento de The Doors, Bee Gees, Pink Floyd, Genesis y el triunfo de Sandie Shaw ("Puppet on a string"). Fue también el año de "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez y "Los cachorros", de Mario Vargas Llosa, aunque la despedida de Azorín, de Edgar Neville, de Violeta Parra y del Che Guevara. En fin, de alegrías y penas como el primer trasplante de corazón o la guerra de los seis días. Pero fueron doce meses en los que comenzó mi suerte profesional.

Después de aquel primer texto (LA NUEVA ESPAÑA me había publicado ya una carta al director con el insólito colofón de una Nota de la Redacción para rebatir mi demanda) vinieron otros e ingresé en la Escuela Oficial de Periodismo, justo cuando nacían nuevas cabeceras periodísticas. Luego realicé prácticas de estudiante en "La Voz de Asturias", donde pasé un verano de playa en playa cubriendo el concurso de Castillos en la arena; en el diario "Madrid" cuando llegó el hombre a la Luna; en "La Voz de España" de San Sebastián donde mantuve una columna diaria de humor. Pero la suerte continuaba porque al regresar de un maravilloso viaje de fin de carrera me vinieron a buscar al mismo aeropuerto para trabajar en "Nuevo Diario".

Cuando cerró este diario -tres meses después de la muerte de Franco, un 23 de febrero, a pesar de que nos llamaban los Martín Ferrán (el director) Broadcasting por nuestra tecnología avanzada- y tras unos meses cobrando el paro, me llamaron del diario "El País" para ser el nuevo redactor de cierre. En él inauguré el primer News Service y formé parte del primer Comité de Redacción que elaboró un pionero Estatuto de la Redacción. Trabajé en él más de treinta años. La suerte seguía a mi lado ya que los diversos estamentos del periódico salieron en mi defensa cuando Paco Umbral escribió un denigrante texto acusándome erróneamente de haberle cortado un artículo y diciendo que era un ignorante que era capaz de destrozar unos "versos de Jorge Manrique". Tal fue la reacción de redacción y talleres que ese texto fue retirado y nunca se publicó. Y cuando me anunciaron mi salida del diario fundado por José Ortega y Jesús Polanco le envié un mensaje a José Manuel Vaquero, director general de Editorial Prensa Ibérica, para preguntarle si le podría enviar un artículo sobre un problema ecológico localizado en Asturias. Y Vaquero confirmó mi suerte. Me contestó al momento diciendo que le mandase ese texto y "todos los que quieras".

Bastantes han sido los sobresaltos habidos en estos cincuenta años de profesión, desde los últimos años de la dictadura, los arduos momentos periodísticos de la difícil Transición, hasta nuestros días. Son ahora otros tiempos, la labor informativa ha evolucionado mucho, pero el espíritu sigue siendo el de "La máquina de escribir".

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