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Francisco L. Jiménez

El silencio es cómplice de los "revientapraos"

La mayoría de los romeros tiene un comportamiento ejemplar, una minoría no puede ganar este pulso

Cuando el vídeo de la pareja que se desfoga sexualmente en el Xiringüelu llegó al grupo de Whatsapp que habíamos abierto los amigos para organizar toda la logística de la peña con la que llevamos tres décadas participando en la romería praviana hubo silencio de comunicaciones. Ni un chiste, ni un comentario obsceno... nada. Me extrañó, porque lo habitual en esos casos -ya se sabe- es dar rienda suelta a la parte más procaz que llevamos dentro, y más con los efluvios de la sidra nublando la cabeza.

El silencio lo rompió uno de los miembros de la peña, funcionario de un cuerpo de orden público para más señas, y lo hizo para recriminar a la persona que había subido el vídeo su comportamiento y para advertirle de que lo que acababa de hacer, aparte de ninguna gracia, es delito. Nunca antes había sido testigo de lo que -ahora estoy convencido- debería ser lo normal en estos casos: dar un paso al frente o levantar la voz para frenar en seco las actitudes censurables que empañan las fiestas, ser ejemplo práctico con nuestro comportamiento para quienes se salen del camino que marca la sensatez y el buen gusto, dejar de ser bultos y tomar sentido de la responsabilidad que tenemos todos los que vamos a las fiestas a tratar de pasarlo bien sin fastidiar al prójimo.

Y es que, además, ocurre que siendo una mayoría abrumadora, nuestro silencio nos hace invisibles frente al minuto de gloria mediática del "reviantapraos" de turno o la difusión viral del vídeo de la masa borreguil que asalta un bar en el momento del cierre metiendo el pánico en el cuerpo a unos pobres chavales que están reventados de trabajar el día entero precisamente para que a esos cafres no les faltara bebida y comida. No es cuestión de ser el más valiente del prao, pero al menos sí que podríamos dejar meridiano lo que sí queremos y lo que no para nuestras romerías y demás fiestas. Y cada uno, en su fuero interno, sabe cómo hacerlo.

Más de 35 xiringüelos a mi espalda me han llevado a ver de todo en el prao Salceo, e incluso antaño en Cañedo, donde nació la romería. Por eso, ni me escandalizan las borracheras ni negaré haber bebido más de lo aconsejable. He visto escenas sexuales subidas de tono y también arrumacos que acabaron en boda (¿verdad, Juanjo y Mayte?) Amagos de peleas, pocos, la verdad, porque lo que suele primar en el Xiringüelu es el buen ambiente y la camaradería.

Claro que hasta hace una década no se juntaban 30.000 almas, ni había un "botellón" multitudinario de difícil gestión, ni tampoco la Guardia Civil pillaba droga por "puñaos" a los romeros. Por supuesto, la ausencia de teléfonos móviles con cámara y de internet evitaba la difusión viral de aventuras sexuales tan viejas como las propias romerías. Ya lo cantaba Víctor Manuel en sus inicios: "Por San Cosme y San Damián / cuidado neña temprana / no vayas al maizal / no lo riegues con tus lágrimas".

Del Xiringüelu de este año me quedo detalles que no han trascendido y que, afortunadamente, son algunos de los que hacen de él la gran romería de Asturias: las camisetas reivindicativas de una peña a favor de la causa de la ELA, los chorizos caseros con que un viejo amigo me obsequió para comer, las muchas sidras compartidas con amigos, las piezas bailadas con la charanga y el convencimiento de que si la fiesta lleva medio siglo adaptándose a los cambios, esta vez tampoco será diferente.

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