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Joaquín Rábago

Privatizar las guerras

Erik Prince ha propuesto enviar a Afganistán a 5.000 mercenarios a sueldo de la empresa Blackwater

Erik Prince ha propuesto enviar a Afganistán a 5.000 mercenarios a sueldo de Blackwater, la empresa de seguridad y militar privada que él fundó, para mejor combatir a los talibanes. "Gastamos demasiado en Afganistán, y eso estimula rebeliones y corrupción porque algo de todo eso les llega a los talibanes", argumenta Prince para justificar la privatización de una guerra que parece que nadie puede ganar.

Prince utiliza argumentos propios de supermercado para justificar su propuesta: a Estados Unidos le saldrá así más barata esa guerra. El ejército privado le costaría a Washington unos 19.000 millones al año en lugar de los casi 50.000 millones de ahora.

Como en tantas otras cosas, el presidente tuitero no tiene nada clara la estrategia que debe seguir en aquel país asiático de gentes indomables. Un país en el que, dieciséis años después de su invasión por EE UU, los norteamericanos y sus aliados parecen tan empantanados como lo estuvieron en su día los soviéticos.

Según informaciones periodísticas, Trump, acostumbrado a ganar siempre, tuvo recientemente un ataque de cólera, desesperado por la duración de ese conflicto, y dijo que se proponía averiguar las causas. Incluso se dice que amenazó con despedir -eso que al parecer tanto le gusta hacer con sus colaboradores- al comandante en jefe de las tropas de EE UU en el país asiático.

Según la prensa estadounidense, en el círculo más próximo del Presidente hay dos posturas enfrentadas. Su asesor de seguridad, Steve Bannon, y su yerno, Jared Kushner, son partidarios de que un ejército de mercenarios tome el relevo. Pero el consejero de Seguridad Nacional, el general Raymond McMaster, y el titular de Exteriores, Rex Tillerson, entre otros, se oponen a privatizar esa guerra y prefieren reforzarla a las tropas de EE UU allí destacadas.

Blackwater, la empresa a la que se encargaría la tarea en el caso de que triunfase la primera opción, ha cambiado mientras tanto de nombre y ahora se llama Academi. ¡Ay, si Platón y Aristóteles levantaran la cabeza!

Academi, la contratista privada más importante del Departamento de Estado y otras agencias del Gobierno de EE UU, como la CIA, estuvo involucrada en su día en la muerte de diecisiete civiles en Irak, país que exigió la suspensión de sus actividades en su territorio. Y la pregunta que hay que hacerse, al margen de la principal consideración de si una guerra puede ser un negocio privado, es si los mercenarios están sujetos a las mismas leyes -el derecho internacional humanitario- que los militares regulares y pueden exigírseles por tanto las mismas responsabilidades.

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