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Profesor de Periodismo

Frente al terror, periodismo

Las nuevas tecnologías entierran el dilema sobre la información de los atentados terroristas

Informar o no sobre las actuaciones terroristas. Es un viejo dilema en la profesión que las nuevas tecnologías han enterrado. Quienes estudiamos periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona a finales de los 90 escuchábamos y leíamos a Miquel Rodrigo Alsina con fascinación. Sus estudios sobre la construcción mediática del terror eran referencia, y más en los años del asesinato de Miguel Ángel Blanco, cuando la voluntad espectaculadora de ETA alcanza su culmen. Rodrigo Alsina explicaba por qué el terrorismo busca el impacto mediático. Porque sin él no existiría, concluía. El dilema estaba servido: qué hacer, informar o no sobre las acciones terroristas. La solución parecía fácil: si lo que buscan es aparecer en los medios y así intensificar el miedo no les demos cobertura, obviemos sus acciones o reduzcámoslas al mínimo. Esa era, en principio, la decisión más lógica. Sin embargo, la duda persistía: ¿qué pasa con los ciudadanos?, ¿podemos hurtarles esa información?, ¿Y si esa información les salva precisamente la vida?

Fruto de ese debate, nunca resuelto, es, sin embargo, la reciente tendencia a evitar la emisión de las imágenes más escabrosas. La sangre, los cadáveres y los cuerpos mutilados no añaden datos nuevos: sólo incrementan el terror, justo lo que, por definición, buscan los terroristas. En las primeras portadas después del atentado de Barcelona hemos visto heridos, sí, pero no muertos, no personas identificables, no sangre. Y las había, claro que había esas imágenes. Sin embargo, cuando, salvo excepciones, después de décadas de discusiones sobre el tema, se ha llegado a ese mínimo consenso, surgen nuevos desafíos que complican el debate. La tecnología lo complica, siempre lo complica. En este caso, las llamadas nuevas tecnologías. Pero es que la televisión también lo complicó cuando, a mediados de los cincuenta, emergió como nueva tecnología. A partir de entonces la violencia empezó a llegar de forma más directa y a mucha más gente. No tuvo el mismo impacto ciudadano el intento de asesinato de Alfonso XIII en 1906, en el que fallecieron 25 personas, que las muertes de la Guerra de Vietnam, cuya emisión televisada, desde finales de los sesenta, puso contra las cuerdas al gobierno de Nixon.

Ahora es el turno de internet y su capacidad para socavar las normas del periodismo cuando el periodismo al fin se había puesto de acuerdo. Lo sabían muy bien los Mossos d'Esquadra cuando, desde el primer minuto, pidieron en tuiter que no se divulgasen imágenes ni de las consecuencias del atentado ni del operativo policial. En el actual paradigma tecnológico es imposible el anterior debate. Ahora que el torrente es imparable no se puede dejar de informar. Ahora cualquiera puede difundir imágenes y datos, unas veces ciertas; otras, en plena ola de fake news, no tanto. En este tipo de situaciones los medios no siempre logran la precisión total pero, si no es así, los serios, al menos, rectifican. Lo hacen muchas veces de manera vergonzante: sin reconocer que se han equivocado. Pero lo hacen. Nada de eso se plantean los propagadores de bulos; los propagandistas, conscientes o no, del terror. Su labor destructora termina en el momento de la emisión. Por eso ahora la única salida es la que, después de tantos debates, siempre ha sido: informar. Y dejar que los ciudadanos sepan dónde está la información real. Porque al final siempre lo saben. Lo dicen una y otra vez los datos de las audiencias que se generan después de este tipo de situaciones. Ahí se puede ver que los ciudadanos lo tienen claro: frente al terror, periodismo.

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