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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Sentir lo que se siente

El terrorismo ha hecho más por la emocionalidad de la información que el mercado. Ante el crimen de origen o de justificación religiosa o política, la estrategia antiterrorista obligó a expresar de modo palmario de qué lado se estaba todas las veces bajo la amenaza de ser tachado de equidistante. Obligó a sentir y expresarlo, algo que antes se inhibía por miedo a perder la pretensión de objetividad.

Los sentimientos son inmensurables pero su expresión, no. La actual exigencia social de sentir es insatisfactible. Ni una causa sin solidaridad, ni una víctima sin que todos seamos ella en cualquier parte del mundo. Si le ha tocado la lotería, ha tenido un hijo o ha encontrado pareja no se sienta mal porque haya sucedido en este momento luctuoso. No es insensible por sentir lo que siente.

Los atentados fanáticos de Cataluña producen respingo y después, según cada quien, perplejidad, tristeza, indignación, rabia...

El primer día, un grupo de tertulianos lamentaba que sus sentimientos no fueran a ser más duraderos. Querían sentir más, algo que es imposible. Tampoco conviene expresar más de lo que se siente. Las viudas sospechan de la desconocida que llora sobre la tumba de su marido. El tertuliano cobra por pensar; la plañidera, por llorar. El médico no solloza sobre el herido. No quiere decir que no sienta, sino que los sentimientos no se imponen a su labor.

Ni se puede sentir más que los parientes y los amigos ni conviene representarlo. No sé qué quiere decir "atención psicológica" porque en los primeros momentos de las catástrofes y las muertes inesperadas, un psicólogo tiene poco que hacer. La atención que precisa la persona conmocionada es psiquiátrica, una pastilla que le tranquilice. Un remedio para "sentir" menos.

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