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Psiquiatra

Drogadictos

El relajo en la actitud de la sociedad ante las adicciones y la escasa aportación de las terapias

Acaban de cumplirse seis años de la muerte de la cantante Amy Winehouse a causa de un paro cardiovascular inducido por un síndrome de abstinencia de las varias drogas que consumía. Tenía 27 años. Su muerte causó gran impacto social. Su aspecto de niña rebelde, desaliñada, con ese peinado tan estrambótico y su mirada casi siempre triste le daban un aire de joven desvalida que generaba una cierta corriente de empatía. Y una voz atercioplada, increíble, inaccesible a los demás mortales. Pese a su faceta de "enfant terrible", con la que aparecía en la vida social, para casi todo el mundo Amy Winehouse era el Jackie Coogan, El Niño, de las películas de Charlot. La revista "El País Semanal" dedicó la semana pasada su portada y un extenso reportaje a recordar a Winehouse bajo el título "Amy, torrente de destrucción", firmado por Leslie Jamison, una de las escritoras norteamericanas del momento, que también confiesa su alcoholismo. El trabajo de Jamison es lúcido y muy emotivo. Elude los tópicos del género, los detalles escabrosos, el sacar pecho de lo hecho, el "je ne regret rien" de la Piaf, porque en la vida de Winehouse hubo poco de eso. Jamison está preparando un libro sobre su idolatrada Amy titulado "The recovering", que saldrá la próxima primavera. La mirada de la fan Jamison sobre su ídolo lleva una fría capacidad para indagar en los abismos del dolor y para desmitificarla cuando se torna necesario. Así, pese a que uno de los grandes éxitos de Winehouse fue su canción "Rehab", en la que juraba no querer rehabilitarse ni ingresar en centros de tratamiento, la realidad es que Winehouse ingresó al menos cuatro veces en ellos, aunque con los resultados conocidos.

"La sobriedad se me presentaba de una grisura implacable tras haber vivido noches luminosas y disyuntivas? ¿Podía la línea recta de la rehabilitación ofrecer algo equiparable al oscuro y centelleante torrente de la destrucción?", esto se pregunta Jamison. La destrucción: el caballo de batalla de muchos de los adictos que no buscan recrearse en el placer sino irse destruyendo lentamente, con la convicción de que una dosis de coca exigirá una segunda y una tercera y otra? Nadie ha logrado explicar de forma convincente el porqué de ese desasosiego, de ese dejarse caer hacia el abismo sin hacer nada por detenerse.

Está claro que el sufrimiento no genera por sí el conocimiento, pero si algo sabe un médico es que para diagnosticar al paciente lo primero que hay que conocer es su versión de los hechos. O sea, justo lo contrario de lo que estamos haciendo últimamente. Incluso en el campo de la salud mental, la "gast dolution" es lo que impera. La demanda social es tan intensa y exige soluciones tan rápidas que los profesionales hemos picado el anzuelo y estamos intentando darlas aunque sepamos que muchas veces es contraproducente o que sencillamente, como con un enfermo terminal de cáncer, no podemos hacer nada por ellos. "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio...".

Por eso, tal vez por eso, uno se entere más de lo que le sucede a un drogodependiente leyendo a Leslie Jamison, viendo el documental "Amy", de Kapadia (2015), o leyendo el impagable "Hotel Tierra", de Sabino Méndez.

Lo único que no comparto con la mirada documentada de Jamison es esa tendencia al victimismo final con la figura de éxito: "A Amy la matamos nosotros, la celebridad, la fama?". Mira, Leslie, pues no. No va a ser eso posible. No es posible que los factores del derrumbe vengan de fuera cuando te has pasado el libro diciendo que salen de las entretelas maltrechas del genio, probablemente desde que era zigoto.

Que la fama tiene un precio es una frase hecha. Nada más. Pero desde luego, un precio mucho más caro tienen el anonimato y el aislamiento, como cuenta Jack Hugo-Bader en su investigación titulada "El delirio blanco", sobre los estragos que han causado en la Rusia reciente las drogas y el vodka.

Mi impresión es que hemos bajado la guardia en cuanto al consumo de drogas se refiere. Somos más tolerantes pero no más eficaces en cuanto a ofrecer soluciones a quienes quieren salir del espanto. Y un servidor respeta los valores liberales al límite. Pero hay poblaciones especialmente vulnerables a las que hay que mantener alejadas de las drogas hasta que sean capaces de tomar decisiones por su cuenta: niños y adolescentes. Ni su sistema nervioso se ha desarrollado completamente ni han adquirido la capacidad de control para no dejarse arrastrar por las sensaciones placenteras de las drogas. La adolescencia es un periodo de especial vulnerabilidad para desarrollar problema derivados del abuso o dependencia de sustancias. Nunca pesan tanto las obligaciones de la identidad como cuando uno está empezando a cargarlas y no sabe qué hacer con ellas. Y las drogas son, a menudo, una forma de liberarse de esa carga. El adolescente se centra en el presente, no puede proyectar el porvenir, no puede imaginarse de otra forma. Lo quiere todo aquí y ahora.

¿Y las terapias para salir del averno?

Releo ahora un viejo artículo del psiquiatra Luis Caballero en "El País". Es del 24 de octubre de 1990. Y casi todo sigue siendo más o menos cierto: los mismos temores, los mismos miedos, las mismas rivalidades profesionales. Los inmovilismos de los lobbies que controlan los procesos de internamiento, el babel de escuelas terapéuticas, la escasa aportación desde la investigación farmacéutica de fármacos realmente efectivos, aunque ha habido avances importantes. Todo esto lo contaba el psiquiatra Caballero hace 27 años. Con los esquemas psicológicos ha pasado un poco lo mismo. A la hora de la terapia, se ha fragmentado tanto la mente que hemos acabado por activar unos módulos y dejar otras partes del cerebro inhábiles. Esto le explicó José Antonio Marina en uno de sus mejores libros: "El misterio de la voluntad perdida" (1997). Casi todas las teorías actuales trabajan con la motivación como base principal del cambio para abandonar los consumos. Pero la motivación no explica el comportamiento. En cambio, la voluntad, que integra toda la modularidad cerebral, no es una facultad del instante sino de la perseverancia, que es lo que nos jugamos en estos casos.

Pero dice José Antonio Marina que la voluntad tiene mala prensa. Requiere disciplina, es políticamente conservadora y "atenta" contra la creatividad. Así nos guste más o menos, tal vez haya que recuperar ciertos valores para que estén mucho más presentes en el tejido social.

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