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Fernando Granda

Donald Trump no es Nerón

Nerón y Donald Trump han sido relacionados a raíz de publicarse meses atrás "Dinastía", del historiador Tom Holland, y sigue ocasionando comentarios en tertulias de radio y televisión. No me veo capaz de investigar a la altura del intelectual británico pero creo que ha aprovechado las excentricidades y caprichos del presidente norteamericano para publicitarse. No parecen comparables, aunque tengan algunas similitudes en su comportamiento y carácter. Casi veinte siglos entre ambos y un mundo tan distinto son difícilmente confrontables.

En principio hemos recibido una imagen de Nerón, césar del imperio romano del 54 y 68 de nuestra era, manifiestamente negativa. Déspota, machista, tirano, opresor, pirómano, asesino. Nerón representó para quienes describieron su trayectoria años después de su mandato como una nefasta época de caprichos e incongruencias que le dejan como el peor emperador de Roma. Sin embargo, quienes vivieron su gobierno, historiadores contemporáneos suyos, aun reconociéndole errores, destacaron su amor a las artes y su preocupación por el bienestar de las clases bajas y desheredadas. Visiones dispares que no despejan todo el papel del último emperador de la familia Julio-Claudia.

Fueron casi catorce años de decisiones caprichosas, luchas intestinas, llamativas excentricidades y denigrantes atrocidades, según relatos de Tácito o de Suetonio, que versionaron los acontecimientos del gobierno de Nerón décadas después de ocurrir. Pero Plinio el Viejo, que describió el incendio de Roma y otros sucesos como contemporáneo del emperador, así como Plutarco o Flavio Josefo, lo describen con una trayectoria más amable, menos cruel y mucho más social. El discípulo de Séneca mandó matar a su madre, Agripina, parece que envenenó a su hermanastro, Británico, ejecutó a su primera esposa, Claudia, y mató de un puntapié a la segunda, Popea, en pleno embarazo, según diferentes versiones. Para disculpar su presunta decisión de incendiar Roma acusó Nerón a los cristianos de provocar el fuego -que Holland pone en duda ahora- lo que desató una persecución sin precedentes en el imperio. Todo un panorama tiránico que no compensaba su construcción de teatros, foros artísticos y saneamiento urbano de la capital, la implantación de novedosas medidas agrícolas y económicas que beneficiasen al pueblo y su largo periodo de paz en un imperio expansivo y de guerras, como contaron historiadores que vivieron su reinado.

Pienso que Donald Trump tiene pocas cosas en común con el césar, aunque los dos luciesen una cabellera similar y dictaran decisiones caprichosas y excéntricas. El presidente de Estados Unidos no ha ordenado eliminar a nadie, no ha incendiado nada ni creo que sepa tocar la lira. Tiene mucho tiempo por delante, claro, para gobernar incongruentemente, pero de momento solo ha destituido a unos pocos cargos, ha amenazado con reprimir a diversos colectivos, ha intentado suprimir importantes servicios necesarios para el bienestar de las clases trabajadoras -expertos dicen que no lo logra porque funcionan-, no ha demostrado ninguna afición por las artes y de momento mantiene la paz.

En su haber está su desprecio por las mujeres, su afición a humillar otras creencias religiosas y dirigentes de otros países, su entusiasmo por los discursos cortos, los tuits, y su prepotencia ante otros mandatarios de estados aliados. El "tuitero en jefe", como ya es conocido en su país, si tiene en su debe el choque con jueces y leyes que le impiden llevar a cabo tropelías y amenazas. Pero siendo presidente de un estado moderno no puede reinar con el dedo ejecutor como lo hacía el césar, no es una autoridad divina y, aunque no le gusten o contravengan sus negocios, ha de cumplir las leyes. ¡De momento!

Mientras, los memes sobre Trump compiten con el humor que utilizó Cervantes con su repetido "marinero de Tarpeya" al reírse a cuenta del penoso poema sobre el incendiario romano.

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