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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

La tormenta y la memoria

La memoria es el diario que llevamos con nosotros a todas partes, durante toda la vida. Contemplar la caligrafía de los rayos sobre el horizonte marino, en la noche de Gijón, nos retrotrae a tiempos pretéritos, a la primera tormenta de la infancia, al recuerdo imborrable del estruendo atronador que sucede a la descarga eléctrica infernal. Muchos miedos recurrentes tienen que ver con la culebra amenazadora que serpea sobre un cielo inquieto y oscuro como el estómago de la ballena legendaria de Jonás.

Aquella vez, era verano y vacaciones como ahora, el aguacero inundó el patio de nuestra casa y atascó el sumidero. Mi madre, embarazada de mi hermana, salió a destaparlo. El agua le llegaba a la rodilla y yo temí que se escurriera y cayera al suelo. La tormenta arrasó las ramas del manzano de frutas ácidas; y en el bar de la avenida, la chispa de un rayo entró por la ventana situada junto al televisor y tiró al suelo a cuatro parroquianos que se jugaban la ronda del café al tute. El reloj daba las cuatro y cuarto de la tarde, o al menos así lo recuerdo.

La meteorología es caprichosa: elige a sus víctimas de acuerdo a algoritmos indescifrables batidos al azar en una cubitera imaginaria de leyes naturales. Con la tormenta aprendimos que la luz viaja más rápido que el sonido, que la trompetería del Apocalipsis no es un aviso sino la tamborrada final del triunfo de la naturaleza.

El embalse de Barrios de Luna, seco como una finca de barbecho antes de que el arado destripe los terrones cuarteados, asemeja estos días a un paisaje lunar, descarnado, irrespirable, ausente. Las fotografías publicadas del pantano inerte confirman la evidencia de que sin agua no existe la vida.

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