La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Cuervo

Refutación del elogio

El dibujante es modesto, emboca el día con ganas y su idea del éxito tiene expectativas muy moderadas

No sé si Alfredo habrá recibido el Premio Nacional de Ilustración como una alegría o como un disgusto. Hay pocas personas que, siendo amables, reciban peor los elogios. Quizá provenga de sus años dominicos y de la prevención del Eclesiastés contra la vanidad (vanitas, vanitatis) como motor de la ambición de superar a Dios.

Involuntariamente, he hecho pasar algún mal trago a Alfredo por elogiarle, pero es que, joder, no hay tantas cosas que me gusten como para no decírselo a la cara al responsable. Es como hacer una reclamación pero al revés. ¿Tenemos derecho a incomodar al autor con elogios? ¿Tiene el autor derecho a que nos los callemos para no incordiarle con halagos?

El cómico Jack Benny devaluó todos los galardones cuando dijo "no me merezco este premio, pero tengo diabetes y tampoco me lo merezco". La frase deja en evidencia a todos los premiados que no tienen diabetes ni merecimientos.

Ésta no es una página de salud sino de arte, así que digamos que no podría no tener el Premio Nacional de Ilustración este hombre alto con un nervio óptico que permite a sus ojos ver un ángulo de doscientos grados, con una cabeza que lo encaja y resume lo que ve y con una mano veloz que lo convierte en un dibujo, a la vez recuerdo y definición, de un paisaje, de una ciudad, de una multitud.

Para quitarle el agobio de merecer una distinción muy alta podemos convenir que él no hace lo que hace para los premios ni para los elogios, pero que los premios y los elogios están hechos para lo que hace él. Aun así le inquietará. Así que ciñámonos a lo que le gusta, los datos fríos y los hechos crudos: Alfredo González, allerano de 1933, ilustrador de treinta libros, humorista, pintor, marido, padre, abuelo, emigrante vuelto, vecino de Madrid y vivo de chiripa, se levanta con ganas porque le despertaban una madre cariñosa y una naturaleza que entraba por la ventana. Se ofusca conforme cae la tarde y considera que "el éxito de cada día es amanecer vivo y, como cualquier mamífero, cumplir con los más humillantes actos del hombre: cagar y mear". Algunos premios de la vida no incomodan.

Compartir el artículo

stats