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Identidad para crecer e interaccionar, no para excluir

Los peligros de los nacionalismos

En el capitulo X de la segunda parte del Quijote, se da cuenta de las aventuras que acontecían al escudero Sancho en busca de Dulcinea, la hermosa y soñada princesa por su caballero andante. Sabedor Sancho que Don Quijote era corto de entendimiento y sobrado de locura, pretendía encontrar una labradora que pudiera colmar sus ansias amorosas.

Y reflexionaba "no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando el no lo crea, jurare yo; y si el jurare, tornare yo a jurar; y si porfiare, porfiare yo mas, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere".

Encapsularse en las propias ideas contra viento y marea, en casos como el que se describe, puede entenderse porque en realidad el escudero Sancho buscaba satisfacer las expectativas y necesidades de su caballero andante. Pensaba en su bien.

Cada persona, familia, empresa o institución es única, en el sentido de diferente, con cualidades y acciones que la distinguen de todas las demás. Tiene su propia identidad.

Pero cuando las acciones de esa identidad tienen consecuencias y efectos perniciosos para si misma y para otros, con los que debería relacionarse con buenos propósitos, crea un daño mayor con unas ganancias muy escasas o nulas.

Estamos asistiendo a un enardecido vendaval identitario por parte de una comunidad autónoma que excluye y levanta fronteras en un país avanzado y moderno como es el nuestro. Incluso se deja participar en elecciones a partidos con programas que pueden contradecir la Constitución. En algunos países europeos, incluso mas avanzados, esto no esta permitido.

Bien es cierto que hemos atravesado una profunda crisis socio-económica y que quedan muchas heridas por restañar. Aparte de los desajustes en el tema del empleo y la precariedad laboral, queda aun mucho por resolver en el asunto de la corrupción. Pero una de las consecuencias nefastas, en lo que ahora nos ocupa, es el renacimiento de los nacionalismos.

El nacionalismo es un peligro que ha vuelto a convertirse en un soporte emocional para muchas personas. La reivindicación identitaria que rechaza, excluye y divide, favorece el inmovilismo.

En su lugar, deberíamos explorar nuestros recursos, nunca para distanciarnos de los demás, sino para removilizarnos. Promover la interacción, la relación con otras comunidades y países de manera que generemos objetivos positivos, energía constructiva y funcionamiento eficaz y eficiente.

Pero la recreación idílica de un nacionalismo cimentado en estereotipos y prejuicios, en la mayoría de los casos erróneos, no va a ayudar a la comunidad autónoma en cuestión, ni al país, a seguir por el camino de la paz social y el progreso. Por ejemplo, se usa la Constitución de 1978 como un caso de hostilidad hacia Cataluña. Sin embargo la realidad es que fue apoyada por 2,7 millones de catalanes, el 90.5% de los votantes en el referéndum constitucional del día 6 de diciembre de 1978, frente al 47,7% de votos de partidos independentistas en las elecciones autonómicas de 2015. Ademas hubo una participación muy directa en su redacción de dos importantes personajes catalanes como fueron Miquel Roca Junyent y Jordi Sole Tura.

El sectarismo excluyente no es lo mismo que las discrepancias. Las discrepancias pueden ser síntomas de la buen salud de la sociedad, reflejan valores e intereses distintos que deben expresarse y ocupar su lugar en el espectro publico.

El problema aparece cuando se confunde la sana discrepancia con desacuerdos irremediables y se exige unanimidad ideológica. La demanda de conformidad hace que los mas fanáticos dividan a la gente en bandos enemigos y piensen que necesitan la victoria sobre sus adversarios en vez de considerar los intereses comunes.

Europa debería pensar seriamente en una estructura supranacional fuerte, en el presente estado de globalización, y no en aventuras separatistas contrarias al lógico devenir de los acontecimientos y de la evolución mundial de la historia. Es el único modo posible de no quedar atrás y poder competir con potencias como India, China o Estados Unidos. Seremos frágiles si no somos ciudadanos europeos convencidos.

China se esta convirtiendo en la primera potencia comercial e inversora del mundo. Es el mayor inversor en África construyendo y financiando infraestructuras básicas como puertos, ferrocarriles y explotaciones de diversos minerales. De la misma manera, y aprovechando las dudas de Trump sobre el NAFTA, esta duplicando sus inversiones en Iberoamérica y es ya el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú. Asimismo ha revitalizado y acelerado sus relaciones con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático coincidiendo con la decisión de Trump de rechazar el TPP (Trans Pacific Partnership). También ha ratificado el acuerdo de París sobre cambio climático en noviembre de 2016, mientras que Estados Unidos lo ha rechazado.

China supera a la Unión Europea en términos de gasto en I+D y en porcentaje del PIB. Produce el mismo numero de publicaciones científicas que Estados Unidos y los supera en numero de doctorados en ingeniería y ciencias naturales.

Ante esta situación la Unión Europea debería reflexionar muy seriamente y actuar sumando esfuerzos e integrando los recursos y virtudes por parte de todos los países que la integran. Aprovechando las diferentes identidades representadas como medio de sumar y agregar valor para no convertirnos en un continente pasivo, atrasado respecto a los demás, falto de competitividad y con un nivel de vida de sus ciudadanos deslizándose por una rampa sin fin. Es ineludible que las actuaciones se basen en la identidad de cada región y país pero ello debe ser la base para la interacción.

Aunque en principio parezcan contradictorias, identidad e interacción son conceptos complementarios e inseparables y forman parte de la misma realidad.

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