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Sol y sombra

Mañana, otro día

La cuestión catalana invita a todo menos a ponerse a tocar la lira menospreciando a los dirigentes fantoches de un soberanismo descarriado. Puede que lo peor esté todavía por venir y las elecciones del 21-D arrojen como resultado una victoria de los mismos independentistas que, aunque precaria, le anime a seguir por idéntico camino. A volver a la casilla de salida. Si no es así, están Pablo Iglesias y Ada Colau, no hay que olvidarse de ello, para romper el empate. La izquierda populista busca el imposible: una España sin españoles recogida en un supuesto nuevo encaje constitucional que prime la bilateralidad política, nuevos privilegios en la financiación y excepciónalidad cultural y lingüistica. Por resumirlo, asimetría y ley del embudo. Una parte del socialismo está dispuesta a ceder creyendo que la plurinacionalidad del Estado es la solución. En último caso, abordar la reforma de la Constitución, un proceso delicado, para tratar únicamente de contentar a quienes han llevado al país a esta situación de ruptura y de enfrentamiento en la sociedad, sería la mejor manera de reconocer la derrota.

Un referéndum pactado, olvidándose de que existe una ley aprobada por los españoles, tampoco contribuiría a resolver la división catalana. Quienes ponen el ejemplo de Escocia se equivocan. Salvando las diferencias colonialistas que se aprecian en Irlanda del Norte con respecto a España, el caso de Cataluña es más parecido al del Ulster que al escocés. No existe una aspiración entre sus habitantes del 90 por ciento de la población, ni siquiera del 70, de formar parte de un nuevo país. Cataluña es una región dividida, rota, con la mitad más o menos de los catalanes empeñados en seguir siendo españoles. No hace falta ser un águila para presentir o temer una ulsterización, más allá de la violencia que con los años pueda cristalizar en una sociedad partida en dos. El fracaso colectivo y la radicalización son dos grandes riesgos.

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