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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

La perfecta imperfección

Una ventaja de que la familia Simpson sean dibujos amarillos es que ni el reparto conspira para subirse el salario cada nueva temporada, ni hay que ocultar un embarazo temprano de Lisa, un problema con las drogas de Bart o el primer brote psicótico de Milhouse. Su ventaja actual es que la vida de Lisa no se ha convertido en un infierno desde que se le insinuó, tras el set rosa, el actor Troy McClure, al que tal vez recuerden de películas como "La venganza de Abraham Lincoln", ni las cervezas que Homer bebe en "Moe's" antes de conducir han atropellado a nadie que no sea otro dibujo amarillo.

Desde el principio tuvieron en contra a carcas y pacatos y a los tres años dimitieron de su audiencia las polillas de la modernidad que van al brillo de lo último, pero los Simpson han seguido siendo lo que son: dibujos, animados por las mejores cabezas del humor crítico de EE UU. Han anticipado absurdos del presente, el más desquiciado que Donald Trump sería presidente. No previeron el procés independentista de Cataluña, aplicándolo a Texas, porque todo tiene un límite.

No son perfectos, por eso sobreviven. La sociedad ha retrocedido tanto que sólo admite imperfecciones a los personajes de animación. Las personas han de pagar todas sus culpas, nuevas y viejas, las acciones y las omisiones, en la vida privada, en el juzgado, en el trabajo y en la picota o el patíbulo de las redes sociales. Contra la idiotez real y virtual los guionistas de los Simpson cierran chistes como puños. El último es sobre la asesora de Donald Trump, Kellyanne Conway, acuñadora del término "hechos alternativos" para sustituir la palabra "mentiras". Dice "es inspirador cómo ahora una mujer puede ser Joseph Goebbels". De la inspiración quedamos para hablar otro día.

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