Si una imagen vale por mil palabras, la fotografía de portada de este periódico en su edición del jueves permitía, con un solo vistazo, comprender la gravedad del problema de la violencia machista, una lacra que lejos de erradicarse tiende a perpetuarse. En la imagen, los bailarines Ana Serna y Lauren Atanes escenificaban sobre el escenario del Auditorio de Oviedo un caso de maltrato.

Se trataba de una representación teatral, pero suponía claramente el espejo de tantos casos de violencia contra las mujeres, como el que el que ayer hizo público la exconcejala gijonesa Libertad González con una valentía que da escalofrío por lo doloroso de su relato. Según la estadística oficial, más de 900 mujeres han muerto a manos de sus parejas o exparejas en los últimos 15 años. De ellas, 23 fueron asesinadas en Asturias, tantas como en Cantabria, Lugo y León juntas.

La violencia machista ha causado en década y media en España más muertes que la banda terrorista ETA en toda su historia, un dato terrible que lo es aún más si se tiene en cuenta que detrás de cada una de esas muertes hay una persona con nombre y apellidos. Detrás de las cifras hay rostros, mujeres despojadas de sus derechos, y del más fundamental de todos: la vida.

Se trata de una violencia silenciosa y subterránea que ha de salir a la luz y visibilizarse para que de una vez por todas la sociedad tome consciencia clara de ella, para poder combatirla de manera más eficiente y efectiva. Las víctimas han de saber que los trapos sucios del maltratador no se lavan en casa, que es preciso airearlos para que el agresor sufra la repulsa social y el castigo que merece de acuerdo a la ley. Ser mujer no puede llevar a disponer de más papeletas para ser víctima de cualquier tipo de violencia. Tampoco los gustos, aficiones o forma de vestir.

La violencia de género en este país requiere desde ya un gran pacto de estado que aúne a toda la sociedad como lo hizo en su día la repulsa al terrorismo. Un acuerdo sin fisuras políticas ni sociales que permita aumentar presupuestos y servicios para prevenir y erradicar esta lacra. No es de recibo, a estas alturas del siglo XXI, que 1.126 asturianas necesiten a diario seguimiento o vigilancia policial porque su vida corre peligro. Y es preciso empeñarse cada uno de nosotros a título individual y la sociedad en su conjunto en favor de la igualdad, pues es la desigualdad entre hombres y mujeres, aún lamentablemente extendida en distintos ámbitos, la que genera y alimenta los comportamientos machistas.

Por la igualdad hay que trabajar aún con mayor empeño en las familias y en las escuelas, pues esta terrible guerra se empieza a perder en la adolescencia si el sistema educativo no dispone de mecanismos que ayuden a los escolares a identificar desde bien temprana edad que si todos los comportamientos violentos son reprochables, aún más aquellos que tienen a las mujeres de cualquier edad como víctimas.

Un estudio reciente del Centro Reina Sofía certifica que la cuarta parte de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años considera que la violencia machista es una conducta normal en el seno de una pareja. Mientras eso ocurra, celebraciones como la de hoy, Día contra la violencia machista, se quedarán en actos simbólicos cargados de buena fe pero insuficientes y, lo que es peor, ineficaces.