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Franco Torre

#MeToo: de lamento desesperado a "Persona del año"

"Time" distingue a las mujeres que, espoleadas por el "escándalo Weinstein", denuncian la lacra sexista en todos los ámbitos

#MeToo, "yo también". Primero fue un lamento desesperado en forma de hashtag de las mujeres que habían denunciado los casos de acoso y abusos sexuales cometidos por el productor Harvey Weinstein y otras personalidades de la industria cinematográfica de Hollywood, y también una forma de solidarizarse con ellas. Después, fue un grito de guerra, un acicate contra la lacra sexista en todos los ámbitos de la sociedad a nivel global. Ahora, su relevancia en la sociedad se reconoce con un galardón de gran calibre: la distinción como "Persona del año" que otorga la revista "Time" a ese movimiento contra el acoso sexual cimentado sobre el hashtag #MeToo.

Las raíces del movimiento hay que buscarlas una década atrás, cuando la activista Tarana Burke le dio carta de naturaleza en una red social que daba sus primeros pasos. Su objetivo, ya entonces, era crear conciencia contra los casos de acoso y abuso sexual. Pero fue el 16 de octubre de este año cuando la idea se convirtió en un ariete contra los acosadores. Ese día, la actriz Alyssa Milano, conocida por su papel en la serie "Embrujadas", compartió con sus más de tres millones de seguidores en Twitter un mensaje en el que les invitaba a romper el silencio contra el acoso: "Si has sido acosada o abusada sexualmente, escribe #MeToo (yo también) como respuesta a este tuit". En apenas 24 horas, el mensaje se había compartido más de 50.000 veces, y medio millón de mensajes contenían la etiqueta #MeToo.

El caldo de cultivo era idóneo para propiciar esta respuesta. El 5 de octubre, un artículo del periódico "The New York Times", firmado por Jodi Kantor y Megan Twohey, había destapado varios casos de acoso sexual protagonizados por Harvey Weinstein, el todopoderoso productor que, desde su compañía Miramax, había lanzado la carrera de Quentin Tarantino. En el artículo se detallaban hasta ocho acuerdos extrajudiciales para evita las denuncias, y las declaraciones de algunas figuras relevantes de la industria, especialmente la de la actriz Ashley Judd, que relató cómo Weinstein la había citado en una habitación del hotel Peninsula de Beverly Hills con la excusa de una reunión de trabajo y, una vez allí, había tratado de seducirla. Un episodio que fue el inicio de numerosas insinuaciones y propuestas inapropiadas por parte del productor.

Weinstein trató de capear el temporal con una disculpa pública, pero la tormenta no había hecho más que empezar. Otras actrices se unieron a la denuncia de Judd, y el 10 de octubre la revista "The New Yorker" sacó un extenso artículo, firmado por Ronan Farrow (hijo de la exmujer de Woody Allen, la actriz Mia Farrow), en el que profundizaba en el caso y aportaba nuevas pruebas y testimonios que iban un paso más allá en las acusaciones, detallando cómo el productor había abusado sexualmente de varias mujeres.

Dos investigaciones periodísticas, en la mejor tradición de la comunicación rigurosa y de calidad, habían destapado el caso, y en pocas horas decenas de mujeres se unieron a las denuncias contra el productor. Entre ellas, la actriz Rose McGowan. El relato de McGowan, difundido en primera persona a través de Twitter, fue estremecedor: la actriz declaró que Weinstein la había violado en 1997, cuando tenía 23 años, y que después la había silenciado con un acuerdo extrajudicial, con una compensación de 100.000 dólares, y con la amenaza de hundir su carrera. No era un farol: en las semanas siguientes se revelaron las maniobras de Weinstein contra actrices como la propia Mira Sorvino o Ashley Judd, dos intérpretes que, sin ir más lejos, habían perdido la oportunidad de trabajar en la trilogía de "El señor de los anillos" por culpa del productor.

Pero las acusaciones de McGowan iban más allá: la actriz denunciaba cómo se había visto obligada a trabajar con Weinstein en 2006, cuando actuó a las órdenes de Quentin Tarantino y su entonces pareja, Robert Rodríguez, en el proyecto "Grindhouse", y cómo Amazon había cancelado una serie escrita por ella, por sus acusaciones veladas contra el productor, realizadas un año antes de que estallara el escándalo. Además, McGowan denunció la cultura del silencio imperante en Hollywood.

En medio del tsunami, llegó el tuit de Alyssa Milano, que había trabajado con McGowan en la serie que las había encumbrado a ambas: "Embrujadas". Su valor fue el de poner nombre a esa rebelión cívica con esa etiqueta, #MeToo, que les dio a las mujeres una herramienta para romper con ese muro de silencio. "Un momento puede crear un movimiento. Este es nuestro momento. Este es nuestro movimiento #MeToo", escribió a las pocas horas Milano, que entendió de inmediato la fuerza del mensaje.

En los últimos dos meses y medio, el movimiento ha liquidado las carreras del propio Weinstein y de otras figuras relevantes de la industria, como Kevin Spacey, Steven Seagal, el director y productor Brett Ratner, el realizador James Toback o el cómico Louis C.K., con acusaciones que van desde abusos sexuales a menores (caso de Spacey) hasta el exhibicionismo (protagonizado por Louis C.K.). Un escándalo que ha salpicado también a otras figuras, como Dustin Hoffman, John Lasseter, Quentin Tarantino, Ben Affleck, Matt Damon o Russel Crowe, por su complicidad en el mantenimiento de la cultura del silencio o, en el caso del intérprete de "Rain Man" y del fundador de Pixar, por conductas machistas en el set de rodaje. Mas la resonancia del movimiento #MeToo desbordó pronto las fronteras de Hollywood. En las últimas semanas se han sucedido las acusaciones contra prestigiosos directores de orquesta, presentadores de noticias, políticos o empresarios como Jerry Richardson, que se ha visto obligado a poner a la venta su franquicia en la NFL (la liga de fútbol americano), los Florida Panthers, tras revelarse que está siendo investigado por acoso sexual e insultos racistas.

En todos los casos, hay dos denominadores comunes. El primero, que el acoso y el abuso sexual parten de una situación inequívoca de poder del agresor sobre la víctima. El segundo, que la cultura del silencio protege al primero y margina a la segunda. Pero ambas barreras se rompen con esa simple etiqueta, con ese hashtag, que visibiliza a las mujeres (y los hombres) víctimas de la violencia sexual, y que enfrenta a los depredadores a un poder mayor que el suyo: el de una sociedad que ha dicho basta.

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