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Camilo José Cela Conde

Vestido

La parafernalia que rodea la llegada del nuevo año como cúspide de las costumbres más absurdas de las fiestas navideñas

Toda la parafernalia que rodea la llegada de un nuevo año, a medianoche (las doce más un segundo, claro) del 31 de diciembre, está al frente de las costumbres más absurdas de las fiestas navideñas. Abundan éstas en despropósitos, así que el fin de año te pilla con el cuerpo estragado por las comilonas (cenas de empresa o de compañerismo; Nochebuena; Navidad) que no dejan respiro, con el agravante de que en esa ocasión hay que seguir comiendo hasta que den las doce de la noche para engullir luego a toda prisa las uvas. Lamentar que sea así resulta hipócrita en la medida en que es algo que todos sabemos y que, pese a ello, casi todos repetimos año tras año sin que tengamos a mano otra excusa que la de la costumbre.

Las uvas se tragan mirando -por la televisión en la mayoría de los casos- las campanadas que da un reloj, con el de la Puerta del Sol madrileña como opción más extendida. Dado que el espectáculo se repite cada noche de San Silvestre sin apenas cambio alguno, las cadenas televisivas tienen que buscar la manera de atraer espectadores y la que parece llevarse la palma en esta tarea es una televisión generalista que contrata para contar hasta doce a una señorita cuyo mayor atractivo parece residir en el vestido, o no vestido, que se pone para la gala. En esta ocasión me ha dado por seguir el asunto, enterándome así de algunas particularidades de gran interés para cualquier que no tenga otra cosa que hacer. En el apartado de "otra cosa" entra la civilización occidental de lleno y la gran mayoría de las orientales, así que hay que estar muy aburrido, o muy desesperado, para apuntarse a lo del vestido de la presentadora.

Parece que se trata de una tradición, así que cabe suponer que las transparencias del vestido de marras son asunto que lleva ya varias galas planteándose. El suspense (relativo) afectaba pues a la manera como se resolvería este año la indumentaria pero, como por circunstancias que no vienen al caso, los amigos con los que pasé la nochevieja preferían ver otra cadena, tuve que enterarme a toro pasado del desenlace.

Según parece, la presentadora del vestido misterioso optó por hacer lo mismo que siempre, con el añadido de un mensaje tirando a feminista sobre la libertad de elegir el ponerse lo que le diera en gana. Cabe discrepar del argumento mediante la simple constatación de que siempre elige lo que los espectadores quieren que se ponga pero lo más curioso del asunto es que, ya digo, los entendidos en materia de galas de fin de año coincidieron de forma unánime en que la señorita resolvió las dudas haciendo lo que se sabía que iba a hacer. Lo que nos lleva al interrogante sobre los motivos de estar tan atentos a lo que, más que sorpresa, es repetición garantizada. O, ya que estamos, a la pregunta aún más pertinente sobre cuáles son las razones para contribuir con esta columna del todo prescindible a la promoción y gloria de la nada.

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