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Eduardo Jordá

La sospecha

Las barbaridades que se dijeron en el verano de 2016, cuando desapareció Diana Quer

Todo se olvida muy deprisa y casi nadie recuerda lo que hizo hace tres semanas -o incluso tres días-, pero recuerdo bien lo que pasó en el verano de 2016, cuando desapareció Diana Quer, porque mi hija tiene la misma edad que tenía ella y estuvo siguiendo el caso con una atención muy especial. De todos modos, incluso para los más desmemoriados, resulta difícil olvidar la cantidad de barbaridades que se dijeron desde el primer momento, sobre todo en ciertos programas televisivos. No sé si fue porque Diana Quer pertenecía a una familia burguesa que vivía en una zona pija de Madrid y que podía permitirse alquilar un yate para un crucero veraniego en Ibiza (ya sabemos que el resentimiento social activa la mala baba). O si fue porque no hay nada que nos estimule tanto los peores instintos como un caso que lo reúne todo (sexo, misterio, crimen, una herencia, una familia rica que de pronto se ve envuelta en la tragedia, desavenencias matrimoniales, hermanas que se llevan fatal). El caso es que aquel verano se dijo de todo y con una alegría y una irresponsabilidad que pone los pelos de punta.

Puedo enumerar muchas de las cosas que se dijeron: que Diana Quer era una chica "ligera de cascos" -creo que usaron esa expresión tan anticuada-, que tomaba drogas, que salía con gente sospechosa, que era conflictiva, que se llevaba mal con su padre, muy mal con su hermana y mucho peor con su madre, que ya había intentado escaparse, que era una irresponsable, que se iba con el primero que se le ponía delante y cosas por el estilo. Incluso leí un supuesto informe que aseguraba que la madre estaba implicada en la desaparición de su hija porque Diana había vuelto a su casa en la noche de su desaparición y la madre no había dicho nada a la policía. En ese informe, por cierto, hasta se señalaba el itinerario que siguió Diana Quer en su supuesta vuelta a casa antes de desaparecer: por dónde entró, dónde se cambió de ropa, por dónde salió (creo que era por la cocina), todo eso. Y lo peor de todo es que este supuesto informe ponía en muy mal lugar a la madre, a la que cuando menos acusaba de no haberle dicho toda la verdad a la policía (cosa que de inmediato la convertía en encubridora o incluso en cómplice). Esa información se publicó y yo la leí. ¿Quién se lo inventó? ¿Quién facilitó esa supuesta información? No lo sé, pero valdría la pena saberlo.

No quiero ni imaginarme lo que sintió la madre cuando se enteró de que se decían estas cosas sobre ella. No sólo había perdido todo contacto con su hija, no sólo estaba sufriendo la situación más angustiosa que puede sentir un ser humano, sino que encima la acusaban de ser sospechosa de la desaparición de su hija. Del padre también circularon habladurías infamantes: que era una persona próxima al PP, que había hecho su fortuna de forma poco clara gracias a sus contactos políticos, que era un mal padre, que no sabía educar a su hija, que le exigía demasiado a su hija, que se había desentendido de su hija, que no la quería, que la ignoraba, en fin, estas cosas. Que muchas de estas murmuraciones fueran contradictorias -¿cómo podía ser a la vez un padre que le exigía demasiado a su hija y un padre que se desentendía por completo de ella?- no parecía preocupar a nadie. Las habladurías y las murmuraciones, siempre fundadas en turbias sospechas que convertían a los padres en sospechosos, se fueron difundiendo a los cuatro vientos. En la época de Google es fácil seguir el rastro de estas mentiras y difamaciones: todo se conserva, todo queda registrado, y supongo que eso explica que los humanos vayamos acostumbrándonos a olvidarlo todo al cabo de dos días.

El escritor judío Aharon Appelfeld, que murió hace una semana, contaba que cuando llegó a Israel, en 1946, después de haberse escapado de un campo de exterminio nazi y de haber vivido escondido en los bosques de Ucrania, lo que más le dolió fue que todo el mundo le pedía que se olvidara de lo que había vivido durante el Holocausto. "Esto no interesa a nadie. No queremos historias de supervivientes, sino de héroes. Cállate y olvídate de todo, es lo mejor para ti y para todos nosotros". Appelfeld tenía 16 años cuando llegó a Israel. ¿Cómo iba a olvidar lo que había visto? Pues sí, eso es lo que le pedían. Supongo que los padres de Diana Quer, en estos dos años, se han sentido igual que Aharon Appelfeld cuando nadie le quería oír contar lo que había tenido que presenciar con sus propios ojos. Y encima cuando los han acusado insidiosamente de haber tenido algo que ver en la desaparición de su hija. Y no, su hija no desapareció. A su hija la mataron. Y la mató un tipo que era el principal sospechoso y que tenía una coartada muy débil, pero que aun así estuvo a punto de secuestrar a otra chica y hacer lo mismo que había hecho con Diana Quer. Se mire como se mire, la investigación no fue demasiado buena. Pero lo peor de todo fueron las habladurías, las murmuraciones, esa nube tóxica de la sospecha que todo lo contamina y todo lo pervierte. Vivimos en la era de la sospecha. Todos somos sospechosos. Y todos sospechamos de todos los demás.

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