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Secretario general de UGT Asturias

Prometimos no olvidar

Emociones y deseos tras el viaje de una delegación asturiana a los campamentos saharauis

La primera vez que visité el Sahara me fui de allí con un sentimiento de admiración, al ver cómo eran capaces de construir una sociedad en un desierto donde no hay nada; cómo pusieron en marcha los pilares básicos de una sociedad: el derecho a la alimentación y a un techo, a una sanidad, a una educación, a una justicia. Y lo hicieron con valentía, orgullo y enorme dignidad; con muchas necesidades y carencias, pero sin dar pena ni lástima.

Regresé con el firme propósito de hacer algo, de ayudar y difundir. Publiqué, en este mismo periódico, un artículo sobre la experiencia vivida, firmamos un convenio con la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui -para colaborar económicamente en la medida de nuestras modestas posibilidades- y, para que las experiencias vividas no fuesen cautivas de una sola persona, desarrollamos una labor de concienciación en el sindicato. Obviamente, estas iniciativas no sirven para curar el mal, sólo mitigan un poco el dolor. Porque no hay más solución que la vuelta a los territorios de los que fueron expulsados.

Pero hay una triste realidad conformada por los intereses políticos, económicos, comerciales y monárquicos, y por el chantaje que supone el miedo a que los países enemigos del Sáhara abran sus fronteras y den salida a la emigración y el terrorismo. Todo ello prima sobre la legalidad vigente, que establece que esos territorios son del pueblo saharaui. Y eso, a pesar de esta Europa que presume de ser garante de los derechos fundamentales y las libertades universales.

Y aunque sé que prefieren la guerra a permanecer indefinidamente así, que no tienen miedo a morir por volver a vivir en sus territorios y que no negocian bienestar por dignidad, también sé que en una guerra nunca gana nadie. Solo produce muertes, no resuelve los conflictos y, en el mejor de los casos, suponiendo que se firmase un tratado de paz, la historia enseña que estos acuerdos siempre responden a intereses estratégicos y comerciales de las grandes potencias.

Pero el mundo cambia rápidamente y aunque después de 42 años la paciencia escasea tanto en Sáhara como el alimento y el agua, confío en que los intereses que ahora son de una manera mañana pueden ser de otra y se logre una solución pacífica.

Esta segunda vez, como siempre sucede, nos fuimos de allí dejando parte de nosotros en ese desierto. Solo haber compartido experiencia con tan buenos compañeros y compañeras de viaje, puede llenar un poco ese vacío.

Esperamos que más pronto que tarde se puedan derribar esos muros de piedra y barro que levantan sus enemigos para aislar al pueblo saharaui. También los muros burocráticos que erigen los países para defender sus intereses frente al Sahara, pero, especialmente, los psicológicos, esos que emergen al día siguiente, cuando volvemos a nuestra rutina y, aún sintiéndolo en el alma, nos autoconvencemos de que el mundo es así de injusto y no se puede hacer nada por cambiarlo.

Gracias Francisco del Busto, Benigno, María José, Nino, Carmen, Chus, Ángel, Fernando, Benigno, Eva, Cecilia, Raquel, y por supuesto Alberto Del Valle, Yahya y Aberto Suárez, de la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui.

Allí en el desierto, en medio de la nada, bajo un cielo estrellado, todos y todas nos hicimos una promesa, la de no olvidar.

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