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andres montes

El imposible catalán

El rechazo de Puigdemont a la lógica de los acontecimientos

No sabían lo que hacían. Esa es la exculpación común que recorre las declaraciones ante el juez de quienes se alzaron como líderes del proceso soberanistas para acabar encogidos ante la sombra oscura de las consecuencias de sus acciones. Una excusa equiparable a las que mueven a la risa en los chistes de los robagallinas es la de Carme Forcadell, quien para librarse de su responsabilidad como presidenta del Parlament en la tramitación de las leyes que pretendían dar una apariencia de legalidad a la ruptura adujo ante el magistrado Llarena que no leía las propuestas que le llegaban y se limitaba a darles curso. Llorosa en el duro trance judicial, que remató con la confesión de que su prioridad es ejercer de abuela, Forcadell insistió hasta el ridículo en que ignoraba lo que pasaba por sus manos, pese a que lo que se cocía en la Cámara catalana resultaba notorio en todo el orbe político. En aquel entonces había una ostentación del desafío entre quienes marchaban al frente y el proceso cursaba con estrépito y vejaciones parlamentarias. Por eso sonroja ahora -más si se escuchan las grabaciones de los interrogatorios- ese abuso del derecho a mentir en su defensa en seres transidos por la sacralización de su singularidad. Desistir de tan elevado motivo, aunque sólo sea una renuncia formal en el intento de eludir la cárcel, es una quiebra personal que marca la diferencia entre quienes afrontan aquí su encausamiento y quienes celebran en Bruselas sus cien días de huida.

ERC reniega de todo intento de volver a procedimientos que para un juez puedan resultar punibles. La propuesta de JxCat para modificar la Ley del Presidente y que Puigdemont pueda ser investido sin acudir al Parlament vuelve al camino de las leyes del referéndum y la desconexión, como si nada hubiera pasado desde que aquellas anticipaban una república que luego apenas quedó en un símbolo.

El grupo que se mueve en torno al expresidente catalán está en un proceso de mineralización, por el que a medida que se comprime y reduce su tamaño se vuelve más roqueño y toma la apariencia de irreductible. La veintena de diputados fieles encogió a una docena antes de convertirse en apenas seis o siete nombres que, eso sí, están al frente de la formación parlamentaria y tienen total control sobre sus iniciativas. La lista de Puigdemont ahora es Elsa Artadi.

La resistencia de ERC a plegarse a las presiones de ese sector debe entenderse como una clara aceptación de la lógica de los acontecimientos. La intervención de la Generalitat por el Gobierno de Rajoy fue un corte que acabó con el proceso independentista. Por más que perduren las pulsiones sociales y políticas que empujaron al soberanismo a su propio despeñadero, restaurar la situación anterior al 155 es un imposible desde el momento en que quienes ahora se sientan en la Cámara catalana salen de unas urnas puestas al amparo de ese precepto constitucional.

Puigdemont tuvo la oportunidad de imponer su propia lógica. También ante el juez Llarena, la exconsejera Meritxell Borrás reconoció que durante semanas preparó en secreto unas elecciones anticipadas que nunca llegaron a convocarse. De haber llevado adelante los comicios, el desafío soberanista mantendría su vigor aunque quizá Puigdemont se hubiera quedado sin expectativas de seguir en el cargo. Esa incógnita sirve para jugar a la historia hipotética pero para el expresidente será siempre el error decisivo.

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