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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Canta, cose, llora y obedece

Regresan las mercerías a los bajos comerciales y veo la aguja y el hilo, el dedal y el alfiletero, el acerico y el enhebrador, las tijeras y el metro amarillo, los imperdibles del costurero y las extraviables gafas de coser, todo herramientas para la costura menor. Ahora uso gafas de coser sin dar puntada, para seguir el hilo de la lectura, pero de niño saltaba los huecos que cavaban en el suelo las gafas de presbicia en los ojos sanos.

La máquina de coser pedaleaba produciendo una energía de corte y confección, de patronaje y "Burda" y unos sueños radiofónicos de "Simplemente, María" que olvidamos hasta que los recuperó televisivamente Merche, señora de Alcántara, en "Cuéntame", cosiendo para fuera, recibiendo para probar y sacando de la sisa.

Vuelve todo eso a la televisión, en su forma actual de diseño, en su formato de concurso y a la española, cosiendo trapos y llorando a trapo, como descosidos. El mismo programa que en Francia e Inglaterra enseña la técnica sartoria aquí se anuncia meteorológica y psicológicamente por sus huracanes emocionales. Lo dice Raquel Sánchez Silva, marcelina, aguja y lágrimas entre costuras.

Ahora la tele pública es la república cristiana de Gabriel y Galán, donde te enseñaban a amar y como amar es sufrir también aprendías a llorar, puag. Y a ser competidor, exhibicionista, reo de juez, humillado y obediente para seguir el camino al premio sin quitar ni poner rey, ayudando a tu señor.

Cuando el taller es un plató, la lente de la cámara son unas gafas de costura para ver de cerca el triunfo de la emocionalidad en los colores chillones de la inmadurez, de la sentimentalidad en tonos pastel, de la sensibilidad multicolor LGTB. La continuidad de eso en TVE es cantar y coser.

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