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Portavoza

Irene Montero se atrinchera en un error para disparar a los enemigos de la visibilización de la mujer

No creo que valga la pena emplear mucho tiempo en corregir a la señora Irene Montero. Es muy cansado. Simplemente soltó una estupidez y -como suele ocurrir con la gente con una inmejorable opinión de sí misma y de sus convicciones- se atrincheró en su error para disparar de nuevo a los enemigos de la visibilización de la mujer, esa torpe metáfora. Y entre los enemigos, eligió la Real Academia de la Lengua, que tiene mucho que aprender, membrillos, escuchen cinco minutos a su señoría, a ver si pillan algo. Uno de los rasgos más divertidos de la izquierda comunista o comunistoide es no reconocer, por supuesto, ningún género de autoridad intelectual fuera de sus propias macetas ideológicas. Ninguna. Especialmente si ese desprecio resulta útil para el sostenimiento de su discurso. La RAE es una institución machista así que nada tiene que decir sobre la lengua española. Montero no tiene repajolera idea de lo que se dedica la RAE: sus programas de investigación, su producción científica y editorial, sus congresos, sus becas. De creerla la Real Academia está compuesta por un grupo de caballeros ultraderechistas que se reúnen por las tardes para decidir, según su heteropatriarcal criterio y mientras toman una copa de Soberano, que es cosa de hombres, las palabras que entran o no en el diccionario. Seguramente por eso, caterva de falócratas pedantescos, no está la palabra portavoza.

En realidad no puede encontrarse la palabra portavoza porque es un disparate morfológico perfectamente gratuito, innecesario y majadero. Un disparate que evidencia el nivel formativo de Montero, cuyo currículo académico no tengo el gusto de conocer, y que provoca únicamente risa o irritación entre las escritoras que conozco. Le debería haber bastado con distinguir que portavoz es una palabra compuesta -con un prefijo y un sufijo- y que el femenino no se forma agregándole una "a". En especial cuando se agrega grotescamente la vocal a una palabra de género femenino como voz. En su diccionario, la Real Academia no define al portavoz como un hombre. Portavoz es "persona que está autorizada para hablar en nombre y representación de un grupo o de cualquier institución o entidad". Para precisar si el portavoz es hombre o mujer se dispone de unas partículas maravillosas, que son los artículos. La señora Montero es la portavoz de Podemos y sus socios y mareantes mareas en el Congreso de los Diputados, por ejemplo. Todo esto quizás podría habérselo explicado -si tuviera tiempo para semejantes sandeces- la profesora Aurora Egido, secretaria de la Real Academia de la Lengua y, por sus responsabilidades y competencias en la misma, la segunda autoridad de la institución.

Muchos argumentan que no debe agrandarse esta tontería de la dirigente de Podemos. Sí, es una tontería, pero es significativa. El podemismo parece disfrutar o padecer dos almas complementarias. La primera la representa Pablo Iglesias y su núcleo de leales -Montero, Echenique, anticapis et alii- que mantienen la retórica emocional de una izquierda tronante cuya denuncias resultan siempre más verosímiles que sus propuestas y que pretende recoger todas las identidades y sensibilidades progresistas en un discurso tan caricaturescamente reivindicativo como el de la señora portavoza. La segunda, encarnada por Íñigo Errejón y sus huestes, busca ofertar una propuesta suave, reformista, liofilizadamente socialdemócrata, dotada de buenos odontólogos y más próxima a las virtudes de la ducha diaria, que incluso tuitea con emoción sobre "Operación Triunfo" y pide que el sano pueblo madrileño le agradezca sus sacrificios a Manuela Carmena soplando sus velas de cumpleaños. Feliz, feliz en tu día, abuelita que Dios o Laclau te bendiga. No parecen demasiado compatibles. Pero se trata de intentar acaparar todos los votos posibles. Los votos de los que quieren asaltar el cielo y los que exigen que el servicio municipal de basuras funcione bien. Rentabilizar en suma los recursos electorales. Como cualquier otro partido. O partida.

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