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Aquel silbido

Carriega despegó en Asturias como uno de los grandes entrenadores de su época

Con la muerte de Luis Cid Pérez, Carriega, sube al Olimpo del fútbol español un verdadero grande. No importa que fuera pequeño de estatura y, como buen gallego (por si fuera poco, orensano, de Allariz), prudente hasta la exageración. Los hechos, que hablaron por él, le señalan como uno de los grandes entrenadores españoles de los años 60 y 70.

Asturias, donde había sido un estimable jugador en el Oviedo, fue su trampolín como técnico. El Unión Popular de Langreo, en el que permaneció dos temporadas y, a despecho de la masacre que supuso la reunificación de los dos grupos de Segunda División en uno solo, estuvo a punto de dejarlo en la categoría de plata, le puso en el escaparate para quien supiera ver.

Fue Carlos Méndez Cuervo, que acababa de llegar a la presidencia del Sporting. Sus cinco años de gestión dejarían hitos indiscutibles como la terminación de la Tribunona, la iluminación de El Molinón, la recuperación oficial del verdadero nombre del club y el regreso del Sporting a la Primera División tras un destierro de once años en Segunda, que pudo llevarle a peores profundidades todavía si en la temporada 60-61 la renuncia del Condal no le hubiera abierto una rendija para escapar de la Tercera División. Lo conseguiría en la famosa liguilla de Mallorca, donde, entre otros acontecimientos, ocurrió el legendario episodio de "la perrona de Ortiz", que, en realidad, fue una moneda de diez duros.

Un gran Sporting. Carriega tardó dos temporadas en llevar a aquel Sporting a dar el gran salto. Pudo bastarle con una, si en la primera Quini no hubiera perdido por lesión los últimos partidos de la competición. Estamos pronunciando nombres mayores, aunque por entonces quienes los llevaban estaban en sus primeros pasos como futbolistas. Quini, con 19 años, ni siquiera estaba en el Sporting al comienzo de la primera temporada de Carriega sino que jugada en el Ensidesa. Su hermano, Castro, tenía 17 años. Churruca, un chaval, era un recién llegado. José Manuel tenía 22 años. Y a Valdés se le despejaba la frente pero era todavía muy joven.

Carriega puso a volar a aquel equipo y en su segunda temporada no hubo quien lo parase. Muchos aficionados recuerdan sin esfuerzo su alineación canónica: Castro; Echevarría, Alonso, Herrero I; Puente, José Manuel; Herrero II, Quini, Marañón o Paquito, Valdés y Churruca. Era un equipo de transiciones rápidas y profundidad efectiva, al que metían pocos goles y, por contra, marcaba muchos. Quini jugaba con el 8 y era en realidad un interior, pero de llegada tan frecuente como devastadora para el contrario. En el estilo del equipo se notaba tanto la mano del entrenador que hasta el propio Carriega jugaba desde el banquillo. Sus silbidos, perfectamente audibles a poco que hubiera algo de sosiego en el graderío, indicaban cuándo era procedente un cambio de juego. Si la pelota estaba en los pies de Tati Valdés era cosa hecha.

Aquel lamentable despido. La temporada del regreso del Sporting a Primera División fue de transición. En la siguiente a Carriega no le dieron tiempo a perfeccionar el invento. El fútbol se escribe con números, los de los resultados y las clasificaciones, y también con sensaciones, pero la memoria de los aficionados es tan frágil como caprichosa. Su despido llegó por una clamorosa arbitrariedad colectiva, tras un partido contra el Celta en El Molinón que los rojiblancos ganaban por 2-0 y los vigueses empataron en los últimos cinco minutos. El gol del empate, que había surgido de una mala cesión de José Manuel a su portero, desató una clamorosa pañolada en El Molinón. Que iba dirigida contra el banquillo estaba claro para cualquier observador que en las semanas anteriores se hubiera fijado en la campaña de desprestigio que alguien había echado a rodar contra Carriega, sugiriendo que el Sporting le venía grande. Y el duro Méndez Cuervo se ablandó hasta ceder.

Por si no bastara el recuerdo de lo que había hecho en Asturias, Carriega no necesitó mucho tiempo para poder demostrar en otro lugar su capacidad como entrenador. Dos temporadas después haría subcampeón de Liga al Zaragoza, la mejor clasificación que lograría nunca el equipo aragonés en las 58 temporadas que, hasta la fecha, ha llegado a jugar en Primera. Aunque, hazaña por hazaña, en la ejecutoria de Carriega quizá ninguna se pueda comparar con la de pasar del Sevilla al Betis sin solución de continuidad. Si fue capaz de ese asumir ese reto, no hubiera sido para él ningún problema entrenar al Oviedo, como se especuló en alguna ocasión.

Prestemos atención, ¿no se oye acaso un silbido bien audible? Es el que acaba de lanzar un hombre mayor que se aleja. Seguro que si pudiéramos verlo de cerca notaríamos en su cara una inconfundible sonrisa.

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