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Joaquín Rábago

La derecha vive en el mejor de los mundos

El declive de la izquierda con la globalización

Como era previsible, la globalización ha colocado a la derecha en el mejor de los mundos posibles. La apertura de fronteras, las deslocalizaciones de empresas, la llegada de refugiados, han provocado una clara derechización del electorado.

Uno habría podido pensar que la precarización laboral, la devaluación de los salarios, los recortes sociales y el consiguiente incremento de la brecha salarial animarían a votar otra vez a la izquierda. Pero asistimos al fenómeno contrario: los partidos socialdemócratas se hunden mientras surgen o resurgen los grupos de extrema derecha.

Lo vemos incluso en la nación central de Europa, donde, según reciente sondeo, la extremista y xenófoba Alternativa para Alemania ha conseguido adelantar al SPD. Y ya ocurrió antes en Francia, cuando ante el hundimiento del Partido Socialista del presidente Hollande hubo que recurrir al travestismo político de Emmanuel Macron para evitar la llegada de la extrema derecha de Marine Le Pen al poder.

Muchos de quienes antes votaban a la izquierda se sienten hoy desamparados por los socialdemócratas, a los que consideran más preocupados de cuestiones identitarias o de género que de los problemas reales de la gente que vive de su salario. Y por más que otros partidos a la izquierda de la socialdemocracia buscan cómo evitar que se utilice torticeramente la inmigración para explicar el deterioro de los servicios públicos o de la propia convivencia social, poco pueden contra la demagogia xenófoba de la extrema derecha.

Fueron precisamente partidos socialdemócratas -los de la Tercera Vía de Tony Blair y Gerhard Schroeder- los que, con el argumento de la necesaria competitividad en un contexto de globalización, privatizaron lo público, debilitaron a los sindicatos, facilitaron el despido y precarizaron el trabajo. Hicieron muchas veces el trabajo sucio que en otras circunstancias correspondería a la derecha, y ahora están pagando por ello: no pueden evitar que muchos los señalen como corresponsables de una crisis que sólo beneficia a esa minoría rica que controla la economía. A ese privilegiado sector al que los flujos migratorios pueden incluso serle de provecho: la abundancia de mano de obra ayuda a bajar salarios y crea un enorme ejército de reserva.

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