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Profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, acreditado como catedrático

El Estado social en los parques infantiles

Reflexión sobre la calidad de vida de los abuelos a partir de los cambios experimentados en las zonas de juegos para niños

Cualquier persona que tenga más de 40 años y se acerque a uno de los numerosos parques infantiles instalados en la inmensa mayoría de las ciudades y pueblos españoles notará, sin duda, una enorme diferencia con lo que eran esos mismos espacios en las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado: hoy, con carácter general, los parques infantiles son lugares limpios y agradables, con casitas de colores, balancines de una y dos plazas imitando diferentes animales, columpios biplaza con asientos cuna y planos, toboganes, estructuras para trepar.., y todos ellos fabricados en madera, con vivos colores, tratamientos antihongos y antihumedad, rodeados de vallas perfectamente dispuestas y asentados en mullidos pavimentos de caucho. Por supuesto, se cumplen las diferentes normativas, nacionales y comunitarias, se distribuyen por edades (hasta 3 años y de 3 a 12) y se indican bien visibles los teléfonos de urgencias y mantenimiento.

Por tanto, nada que ver con aquellos espacios, habitualmente instalados sin separación alguna en parques de uso general, sobre superficies de tierra, dotados de columpio y tobogán metálicos que chirriaban por la falta de mantenimiento y donde se formaban, a poco que lloviera, charcos justo en la zona donde acababa el tobogán y debajo de los asientos de los columpios.

Pero las diferencias entre el hoy y el ayer no acaban en las cuestiones técnicas sino que se extienden, y mucho, a las personales: en los parques de nuestra infancia no era frecuente la presencia de adultos y, por tanto, allí imperaba el estado de naturaleza hobbesiano. Hoy, sin embargo, hay casi tantos adultos como niños; a veces, más: están el padre y/o la madre, uno o varios abuelos, en ocasiones tías y tíos o la persona encargada de cuidarlos? Con todo, este despliegue de "autoridades" no es garantía de la plena transición del estado de naturaleza al de sociedad y, en algunas ocasiones, en la lucha de todos contra todos también participan hordas de adultos, aunque yo diría que suele reinar un pacífico desorden en el que se advierte una presencia equilibrada de padres y madres, llamando, por contraste con otras épocas, más la atención la presencia de los primeros que de las segundas.

Desde luego ha mejorado muchísimo la implicación de los abuelos: hombres que jamás acompañaron a un parque, ni se plantearon tal cosa, a sus hijos lo hacen hoy con sus nietos, pasando en no pocas ocasiones tremendos apuros para atender las múltiples peticiones que les llegan. Ahí están también las abuelas, mujeres que en muchos casos sacaron adelante a familias numerosas, que cuidaron de sus padres, a veces también de sus suegros y lo siguen haciendo de sus maridos; abuelas enérgicas pero, quizá, un poco hartas de llevar toda la vida prodigando su ética de los cuidados y ahora agobiadas porque si hace mal tiempo no se puede salir al parque y es difícil entretener a los nietos en casa sin anestesiarles con los juegos electrónicos. Además, estos abuelos y abuelas son cooperadores necesarios para llevar a los nietos a la guardería o la escuela, cubrir las contingencias médicas durante el horario de clases, atender los cronogramas endemoniados de las actividades extraescolares (las clases de "refuerzo" de inglés, las de natación, las de kárate, los entrenamientos de fútbol, baloncesto, gimnasia o badminton)? y ahora salir a la calle para reclamar unas pensiones de jubilación dignas.

Y es que el estado social ha llegado sin duda a los parques infantiles en lo que se refiere a las instalaciones antes mencionadas pero apenas se ha aproximado por lo que respecta a la calidad de vida de quienes los frecuentan: no es fácil ni barato conseguir plaza en las escuelas de 0 a 3 años, la precariedad laboral obliga a aceptar trabajos en sitios cada vez más alejados del hogar y, especialmente en ciudades grandes o donde la familia no cuenta con ayuda, hay niños que pasan mucho tiempo solos en sus casas; apenas hay guarderías en los centros de trabajo -y algunas que existían se han eliminado-, los bajos salarios de muchos padres y madres obligan a que abuelos y abuelas tengan que dedicar horas y horas al cuidado de los nietos -cuando no ayudar económicamente a sus hijos- y, como decía Marga León hace poco en Agenda Pública, "si las jornadas laborales de quienes están en posiciones más privilegiadas, hombres y mujeres, continúan siendo rígidas y larguísimas, en alguien se confía para resolver el universo personal que existe fuera de la oficina. Y ese alguien, esto sí, siempre tiene nombre de mujer".

En conclusión, parece que en los carteles de los parques infantiles haría falta incluir también el número de teléfono para las emergencias sociales y el del mantenimiento del Estado de bienestar; quizá tengan que ser los jubilados los que añadan estas exigencias a sus tradicionales, y renovadas, reivindicaciones.

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