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La república mental

Los independentistas llegan al espacio político donde ningún juez te escruta

Marta Rovira parte al "exilio" porque estas últimas semanas no se sentía "libre", sino "dentro de una prisión interna". La "número dos" de ERC se marcha a vivir a la "república mental" de Puigdemont para poder "hacerle de madre" a su hija y trabajar por ese régimen, ecuménico pero sin Rey, del que habla en su carta de despedida. Esa república "para todos" que no es, por supuesto, el régimen autonómico que Jordi Turull describió en su plúmbeo discurso del jueves. Ése sólo es fruto de las apremiantes circunstancias judiciales que acogotan al candidato independentista. Las mismas que obligan a Rovira a coger la maleta. Las que han llevado a la CUP a certificar la defunción del "procés".

La coherencia de los anticapitalistas es lacerante, pero señala el camino a los emotivos Rovira y Junqueras y al viajante de comercio Turull: quien quiera peces, que se moje. El juez Llarena no puede marcar la agenda de los buscadores de repúblicas. Si queréis la independencia, vino a decir Carles Riera, el portavoz de la CUP, pelead por ella, pero no la afrentéis reculando y diseñando hojas de ruta "sobre el papel". Y una recomendación para Torrent: empieza por desafiar al malvado Llarena y autoriza a Puigdemont y a Comín a delegar su voto. Tendrás tus 66 escaños.

En sus estertores, el "procés" tiene ante sí al antagonista que siempre ha sabido que tenía: los tribunales de un Estado (cualquier Estado) que no iba a permitir que una parte de su territorio se desgajara del resto legislando "ex novo" y por la vía de los hechos consumados, ésos que hace meses que, por cobardía, quieren presentarse como meramente simbólicos. Claro que sus acciones no tienen validez jurídica, claro que la independencia no iba a llegar, pero eso ya lo sabíamos todos, y sin embargo sus promotores han jugado durante años con la credulidad y el sentimiento identitario de dos millones largos de catalanes. Han mentido prometiendo la emancipación. Como Turull mintió en su discurso de investidura del jueves, haciéndose pasar por autonomista, aunque ya nadie le creyera. Como Rovira miente al decir que se marcha al exilio porque se la persigue por sus ideas, cuando lo que hace es fugarse para no responder por el delito de rebelión que se le imputa. Responder por hechos, ideas puede tener las que quiera. Incluso se le permite renegar de ellas en público y hacer bueno aquello de "donde dije digo, digo Diego".

Pero los tribunales son sólo el adversario exterior del "procés". Hay, ha habido siempre, un enemigo interior, que es el que a la postre le ha guiado al despeñadero: la ausencia de un verdadero frente de acción conjunta, de un sistema. Ha habido contradicciones, pero no sistema. Ese "melting pot" de antiburgueses y burgueses que sólo comparten el patrimonio lingüístico y el deseo de segregarse del resto del Estado, pero que difieren en la táctica y no digamos en la estrategia, no podía llevar a buen puerto ninguna nave. Y si han llegado hasta aquí es porque una parte, la nacionalista y la independentista ortodoxa, se ha conducido de manera suicida, plegándose a los dictados de una organización que, sin presencia ni en el Govern ni en la Mesa del Parlament, no se ha jugado, nunca, nada. Lo que no ha impedido que su cabeza visible hasta el pasado octubre, la exdiputada Anna Gabriel, se fugara a Suiza para seguir viviendo, como Rovira, Puigdemont y los demás huidos, en esa república mental de la que se puede hacer bandera sin que ningún juez te escrute. La paradoja es que para habitar en ese punto de la geografía política no necesita uno irse de España. Ni mucho menos armar la que han armado.

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