Seguid, seguid insultando a Piqué en cada entrenamiento de la selección y en cada partido, sea amistoso o clasificatorio. Seguid pitando cada vez que toca un balón, cuando asoma por la banda, al subir al autobús de concentración y al bajar con los cascos que silencian los improperios.
Seguid golpeando la espinilla de Piqué como si fuera el trasero del nacionalismo catalán más recalcitrante, ponedle al central la careta de Puigdemont y escupidle a la cara y pedid que le apliquen el delito de rebelión. Y que le tomen medidas para un traje a rayas como el de los Jordis. Seguid metiéndoos también con Shakira, que ser pareja de un futbolista va en el paquete de gananciales.
Si defiende la independencia de Cataluña y lo reconoce públicamente es su problema. Somos animales políticos. O eso o idiotas, que así llamaban los clásicos a los que no se metían en política. Eso sí, después criticad también a Sergio Ramos cuando trote por el césped con la bandera de Andalucía o Aspas con la de Galicia. Y si pensáis que uno que no se siente español no puede jugar en la nacional, preguntaros por la españolidad de Diego Costa.
Seguid así, país de Miquelarena, confundiendo la parte con el todo. Y si vais a seguir insultando, tened al menos el ingenio de los argentinos con Higuaín, a quien en su país tienen por gordo y al que no perdonan un fallo, hasta llamarlo "cementerio de canelones". Eso sí, rezad después en penitencia tres avemarías.
Seguid, seguid gritando a Piqué como fieras desbocadas, que con un poco de suerte abandona el equipo nacional y ya os acordaréis del zaguero sobresaliente cuando la pifie un sobrero, tal que Azpilicueta.
