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Soserías

Signos ortográficos

Extravagancias de la escritura, sobre todo en los móviles

Lo peor de todo lo que nos está ocurriendo es la desaparición paulatina de los signos ortográficos y otras extravagancias en la escritura. En los mensajes de móvil se cortan las palabras, se emplean abreviaturas chocantes y se despide nuestro interlocutor con un emoticono de aplauso o de beso. La palabra tersa, limpia, bien acentuada desaparece para dar paso a una ortografía de la prisa y el desaseo. Es la incuria que se apodera de los espacios más sagrados, como esos curas que dicen la misa atropellando la liturgia para no perderse el partido de la Champions.

Como digo, el acento empieza a ser una reliquia venerada por falta de empleo, lo que puede hacer un texto incomprensible, como cuando se escribe "deposito" sin acento no se sabe si es que "depositó" o constituyó un "depósito". O si pongo "esta" no sé si me refiero a esta gachí que tengo a mi lado o que "está" muy buena. Tales desatinos son atribuidos por algunos a la ESO, por otros al BUP, en fin, hay quienes los cuelgan a la responsabilidad del PSOE, otros al PP. Yo no me atrevo a mediar en esta polémica de siglas que durará siglos.

Muchos teclados de los chismes que usamos carecen del doble signo de la interjección y de la pregunta, influidos como están por idiomas que se conducen también con atropello gramatical. Los franceses, por ejemplo, no ponen más que un signo al final y menos mal porque pronto lo quitarán también, apresurados como andan siempre para irse a faire l´amour con una señorita de tetas entonadas. En alemán la tortura es terrible porque, además de no tener más que un signo, resulta que la existencia de verbos separables hace que tengamos que esperar al final para saber, por la partícula, si el hablante quiere decir una cosa o justamente la contraria. Por eso hablar y entender el alemán exige una atención descomunal y este truco está pensado para que nos adiestremos y podamos al fin familiarizarnos con Schopenhauer. Ya decía María Lejárraga, la esposa de Martínez Sierra, que no entendía cómo la gente hacía crucigramas pudiendo aprender gramática alemana. Por cierto que doña María era la autora de los escritos de su esposo, es decir era un negro / negra.

Las interjecciones sirven para espolear nuestro texto, sacarlo de su estado de somnolencia y lanzarlo como un proyectil. Sin ellas nuestras invenciones quedan con una irrecuperable minusvalía porque les faltan las muletas con las que se desplaza el lenguaje, su apoyo, el pasamanos como si dijéramos de todo discurso bien trabado. Su arbotante, en suma. Sin ellas todo se desploma por la pérdida del equilibrio, como afectado por una atrofia o por la gota. Convengamos en que un texto sin interjecciones es como esas acelgas hervidas sin sal que han de comer los dispépticos por venganza de un médico. Una catástrofe pues jugar con ellas haciéndolas desaparecer de sus lugares tradicionales.

Pues ¿y los signos de interrogación? Estos que acabo de poner justamente. ¿Cómo rellenaremos de misterio, de sensación de enigma a nuestra pluma si no recurrimos a ellos al principio y al final de la frase? La forma de tener al lector prendido, apresado en nuestras palabras ¿cómo se logra si no es abriendo y cerrando con este signo? Sin ellos ¿cómo generamos emoción, cómo creamos la emboscada del relato, ese pícaro encubrimiento que es la especia de la prosa? Las interrogaciones -sepámoslo- son o bien la máscara con la que hacemos sufrir al lector impaciente o una especie de alcayata donde colgamos un secreto que solo se destapa -si queremos- cuando, puesto el signo al final, continuamos escribiendo.

En fin, con la interjección manifestamos nuestra admiración por algo o alguien. Con la interrogación expresamos nuestro gusto por la duda. ¡Ahí es nada! Admiración y duda: lo que nos distingue de la merluza o de un marsupial.

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