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Sobre monumentos naturales

La muerte de una turista en la playa de As Catedrais

La muerte de una joven al ser golpeada por una piedra desprendida del acantilado cuando visitaba la playa lucense ahora llamada de As Catedrais, ha traído de nuevo a primer plano la polémica sobre los excesos del turismo de masas. Un fenómeno social propiciado, de una parte, por la facilidad de las comunicaciones y, de otra, por la fascinación que las agencias de viaje han sabido inocular en los consumidores de sensaciones (" usted no puede dejar de conocer ese lugar que nosotros, los herederos de Thomas Cook, hemos calificado previamente como emblemático", vienen a decirnos).

El caso es que la playa de As Catedrais, antes conocida como Augas Santas, se ha convertido en atracción permanente del turismo masificado y el ayuntamiento de Ribadeo, concejo al que pertenece, calcula que cerca de un millón de personas la visitaron durante el año 2015. La playa de los catedralicios acantilados permaneció olvidada muchísimos años y solo la frecuentaban, en verano, los naturales del lugar y, el resto del año, solitarios amantes de la naturaleza como escenario de sus paseos. Y así la recuerdo yo, contumaz usuario de la carretera que une Galicia y Asturias, antes de la entrada en servicio del Puente de los Santos y de la autovía del Cantábrico. Los habituales de esa ruta solíamos parar a darnos un chapuzón en esos hermosos parajes porque la temperatura del agua del mar, desde la estaca de Bares hacia los confines de Francia, es bastante más acogedora que la propiamente atlántica bajando por el mapa hacia Portugal. Luego, la burbuja inmobiliaria y la demencial política urbanística del concejo de Foz sembraron la costa de adefesios y el idílico paisaje se arruinó en gran parte. Y no falta tampoco quien dice que uno de los principales culpables (si bien involuntario) del descubrimiento de la playa de As Catedrais como fenómeno turístico de primera magnitud fue el expresidente del gobierno de España Leopoldo Calvo Sotelo, muy vinculado por su familia con Ribadeo, que se dejó fotografiar allí en bañador durante una de sus estancias veraniegas.

Sea lo que fuere que llamó la atención de las masas viajeras, lo cierto es que lo que la naturaleza ha venido labrando caprichosamente desde hace 135.000 años (según datan los geólogos) corre el riesgo de deshacerse en uno o dos siglos. En parte por el proceso inevitable de la erosión y en parte por la presión de la masa visitante que no respeta nada y hasta pudiera poner en peligro la integridad de las personas. Una eventualidad de la que el geólogo Vidal Romani ya advirtió a la Xunta de Galicia hace medio año. "La gente está acelerando la destrucción del acantilado", resumió. Y en términos parecidos se expresaron otros especialistas. Como el catedrático Pérez Alberti que ha calificado de abusiva la promoción de ese espacio natural al facilitar una llegada masiva de gente incompatible con su conservación. Un fenómeno similar a lo que acontece con las visitas a las bellísimas Islas Cíes, que hasta han dado pie a incidentes lamentables.

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