Convendría determinar cuanto antes la procedencia de los malos olores que en el inicio del fin de semana obligaron a varios surfistas a subirse los neoprenos hasta la nariz a modo de mascarilla para evitar, según su propio testimonio, un insoportable hedor mientras intentaban cabalgar olas en San Lorenzo. Convendría resolver con urgencia ese acertijo maloliente por cuestiones sanitarias y ambientales principalmente, pero también para evitar meteduras de pata como la de hace un par de años, cuando una mancha causada por algas en descomposición y medusas a escasos metros de la costa sembró dudas sobre el estado de conservación del emisario submarino que vierte en el mar, a un kilómetro y medio del litoral, los desechos orgánicos de todo hijo de vecino de la zona este de la ciudad.
Estudios técnicos realizados entonces rechazaron que el emisario sufriera fugas o se encontrara en mal estado, pese a las denuncias ecologistas y de oportunismo político, por lo que parece raro que el hecho de que aparecieran mierdas y heces flotando frente a la playa principal estos días tenga que ver con la conducción submarina.
Tal vez la fuerte tromba del sábado esté detrás de ese desagradable incidente, por culpa del alivio de agua de los colectores. Pero como a estas horas todo son conjeturas es preciso analizar ese vertido y determinar su procedencia. Se acerca la temporada de baños y los malos olores y las inmundicias se antojan lujos insanos que esta ciudad turística no puede permitirse.
