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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Angelita Perdigón, nueva Inocencia

La guerra entre lenguas y la mansión de Pablo Iglesias Turrión

La cofradía de las Inocencias celebró por todo lo alto y lo bajo, como apostilló Aida Collar, que Angelita Perdigón decidiera al fin afiliarse a aquella fratría de mujeres, por mucho que le repugnara, según había dicho repetidamente, pertenecer a cualquier asociación, pues le daba la desagradable impresión de estar enjaulada, con las alas de la libertad recortadas. El evento tuvo lugar en el salón de una cafetería, famosa por sus churros, debido a que a la masa no se le añadía agua sino anís y, de todas ellas, la que se mostró más contenta por la decisión de Geli fue Melisenda Puig, porque Angelita estaba casada con un primo suyo, Pep Befarás i Deulofeu, con el que llevaba unida en matrimonio medio siglo de desavenencias maritales, pues aseguraba, con un rictus de dolor y asco, como si le doliera el estómago y fuera a vomitar, que desde el día de la boda vivía muy gorrumbada, como decían en su pueblo de León, y que era lo mismo que jorobada.

Además el falócrata Pep no le perdonaba su total desinterés respecto de aprender catalán teniendo constancia de que él era un separatista fervoroso que luchaba con ahínco para romper las cadenas que a su querida Cataluña del alma le había impuesto España, por lo que era catalanoparlante hasta la médula, llegando incluso al extremo de que pronunciar una sola palabra española, aunque fuera monosílaba, le producía un picor insoportable en la lengua y una tos tan convulsiva que lo dejaba lloroso y con la cara de color rojo sangre; y todo ello le impelía a divorciarse de ella, la española, leonesa oriunda de Velilla de la Reina, madre de dos hijas mayores que vivían en Barcelona. Entonces Melina, que tenía dormido en los brazos a "Josefín", su gato que no había querido jugar con "Fonsi", la cotorra de Fernanda Miruendo, ni tampoco con "Maripifo", la conejita de Margot Pis, que se entretenían juntas arrancando los flecos de la alfombra sin que nadie las regañara, dijo que el machista de Pep merecía un castigo, lo que causó que Angelita se animase de manera que su semblante se hizo dulce y risueño y el tono de su voz se cargó de energía.

-De ahora en adelante -dijo cantarina- hablaré en leonés. Así que, por ejemplo, diré gabitu en lugar de gancho; polvorera en vez de polvareda y solombra, no sombra, y ñueite, no noche.

La mayoría de ellas la miraban perplejas y algunas, como Elisenda, su protectora, claramente molestas, con caras de contrariedad y fastidio. Pero Melina, siempre conciliadora y respaldada por la misma Geli, manifestó con firmeza que la guerra entre lenguas solían iniciarlas hablantes que no amaban de verdad la suya, sino que eran gentes belicosas que disfrutaban provocando pendencias. Por lo tanto, lo racional era que cada hablante amara su idioma y que ese amor no le impidiera aprender y expresarse en otros. Pero desde su punto de vista, afirmó, aquella disputa era estéril e incluso escandalosa mientras los mandamases españoles esquilmaban al pueblo y le chupaban la sangre hasta dejarlo mortecino y seco; y los que no lo vampirizaban lo engañaban sin importarles su decepción, como ocurrió en el caso de Pablo Iglesias Turrión, que dejó patidifusos y con las bocas abiertas como buzones a muchos de los que creyeron que era un luchador anticapitalista, que consideraba una intolerable indecencia que los ricos despilfarraran a dos manos repletas adquiriendo frivolidades carísimas, como mansiones o vinos cuyos precios subían a miles de euros, mientras había gente que perecía de frío y hambre y sufría calamidades y dolores por carecer de lo más básico como un techo y un suelo y el pan de cada día; y a la vez que el proletariado se hallaba amansado por el miedo a perder el salario de explotación que le daba la patronal, Iglesias Turrión, como todo el que puede y vive en una sociedad regida por el capital, tenía derecho a comprarse un palacete o palación, con mucho personal a su servicio, pero no a cometer la deslealtad de fingirse un revolucionario que iba a pelear de abajo arriba para acabar con la desigualdad feroz de las clases y terminar con las castas privilegiadas. La verdad -prosiguió Melina muy acalorada- es que el caudillo de Podemos está demostrando con sus adquisiciones que puede mucho y es muy potente desde el punto de vista crematístico, debido a pertenecer a una familia opulenta. Lo reprochable de su actuación es que jugara a ser un ceniciento con quienes creían que era un camarada.

Y fue Geli quien terminó la exposición afirmando con amarga ironía que no resultaría nada chocante que se formaran colas de gentes ante la puerta de Iglesias Turrión para pedirle un puesto de niñeras y niñeros de los mellizos o gemelos, hijos de su compañera y suyos y todavía en periodo de gestación. Y habría que recordarle a ese exlíder, porque daba la impresión de que lo había olvidado, que ni los parias del mundo ni la famélica legión se habían evaporado, sino que cada día aumentaban de modo que debería ser inquietante para quienes eran unos fascistas y nazis forrados de millardos de millones de euros y causantes de la pobreza.

Mientras escribía esto recordé los días de mis seis, siete y ocho años, cuando Herminia, una mujer fuera de lo común y cocinera prodigiosa de mi casa, abría a la hora de comer la ventana de la cocina que daba al patio de luces y cantaba: "Estos cabrones que están comiendo/ lo que produce el trabajador/ merecerían ahogarse/ con un cacho de jamón/ y quemarse en el infierno/ como piedra de carbón".

Entonces se oían calurosos aplausos salidos de las manos de las trabajadoras de hogar de todos los demás pisos. También yo aplaudía, porque Herminia me quería mucho y me daba pasta de las empanadillas o de la empanada para que hiciera figuritas que ella me ponía a cocer en el horno y yo me comía encantada.

Después, poco antes de cumplir los nueve años, escribí mis primeros versos para enseñarle ortografía a Pisa, por la que, con todo pesar, padezco esa horfandad que es la pérdida de una hermana, hará un año el treinta uno de este mes, el día en que, como relata el romance viejo, un caballero cristiano pasa por la morería y descubre que la bella morita que encuentra lavando en la fuente fría es la hermana que cautivaron los moros un día de Pascua florida.

El primer poema era este: "El vurro Colás está muy contento/ porque oy su dueño le ha puesto un sombrero./ Quien cace las faltas que ay en los versos conseguirá un premio". Las faltas son tres, muy morrocotudas, una en cada verso. Y sin duda las ve el topo más ciego. Colás patea y rebuzna, pues quiere decirlas y no le consiento que diga ni una.

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