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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Cuatro minutos

La actualidad cambia a velocidad de Fórmula 1

Cuando los acontecimientos externos se suceden a mucha velocidad, nos ataca la impresión de vivir deprisa, pero es un efecto óptico. Nuestro tren sigue detenido en la vía. Es la realidad la que se mueve. Albert Rivera, que hasta hace poco era un príncipe político, parece un mendigo ideológico. El príncipe-mendigo. No pasa hambre, pero está sediento del protagonismo que le arrebató Sánchez, el último de la fila. Hay telediarios en los que apenas se le ve. Cuando estás acostumbrado a abrir los informativos, es muy duro cerrarlos. Rivera recuerda ahora al barman cansado que a la una de la madrugada ruega a los últimos parroquianos que se marchen. El caso es que yo sigo a mi ritmo, aunque en el interior de una película acelerada. Asomarse al periódico es como asistir a una carrera de Fórmula 1. Todo se mueve a 300 por hora mientras mi sofá permanece anclado en el parqué del salón. Los tuits caen cascada, formando una espuma que a veces se sale de la pantalla del móvil. Me recuerdan a las cataratas del Niágara, asombro perpetuo de los recién casados.

También caen en cascada los nombres de las personas o los personajes: Grande-Marlaska (qué conjunción acojonante de apellidos), Carmen Calvo, Duque, Calviño, Batet, Montón, etc. Me levanto perezosamente, me acerco a la cocina, abro el congelador y descubro unos garbanzos con espinacas que se hacen en cuatro minutos en el microondas (a ochocientos grados). Para que el envase no explote conviene perforar la tapa con un tenedor. Me quedo un rato frente al horno, viendo dar vueltas a los garbanzos como hace un instante permanecía absorto frente a la tele observando cómo daba vueltas la vida.

Según la RAE, basta con decir "consejo de ministros", pues el masculino funciona como genérico. Pero hay un malestar creciente en la gramática desde que las mujeres comenzaron a visibilizarse. Cuando en el Consejo de Ministros hay más mujeres que hombres, da corte referirse solo a ellos. Da vergüenza. Siente uno que algo no encaja ahí, como cuando en una clase de 29 niñas y dos niños el profesor dice: "todos al recreo". Los cuatro minutos pasan volando, pero yo me como los garbanzos despacio, porque queman, acompañados de una copa de vino blanco.

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