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Ministro desleal

La resistencia de Màxim Huerta a presentar su dimisión tras conocerse su condena por asuntos tributarios

Màxim Huerta debería haber dimitido en cuanto saltó la noticia de sus condenas judiciales por asuntos tributarios, por una simple cuestión de lealtad hacia el presidente del Gobierno que había depositado en él la confianza que se otorga a quien se nombra ministro. Al margen del detalle del asunto.

En realidad nunca debió aceptar el nombramiento. Cuando Pedro Sánchez le llamó debió responder: "presidente, te lo agradezco mucho pero llevo en la mochila una losa que puede hundirme no solo a mí, sino al Gobierno del que forme parte". Pero esquivó la alternativa de declinar.

Ya que no declinó, ya que entró en el Ejecutivo, lo correcto hubiera sido presentar la renuncia irrevocable este miércoles a primera hora, antes de que se lo pidiera nadie, por una cuestión, insistimos de lealtad. Porque una de dos: o fue desleal con el presidente al no contarle el asunto cuando le ofreció el ministerio, o se lo contó, y entonces la lealtad consistiría en obviarlo y ofrecer la propia cabeza para preservar la del líder. En cualquiera de los dos casos, la única ruta posible la marcaban los rótulos de "salida".

En lugar de ello, se aferró al cargo con el argumento de la deuda saldada, con lo que llevó la pelota al tejado de la Moncloa, para que fuera Pedro Sánchez quien decidiera si le echaba o se hundía con el. Deslealtad. ¿Quién diablos aconsejo la elección de ese personaje? Deberían abandonar juntos el entorno presidencial.

La deuda tributaria saldada no es argumento válido en este caso. Es una situación plenamente legal, pero que no permite ser ministro en 2018. A muchos les puede parecer lamentable, sobre todo porqué multitud de profesionales bien pagados hicieron el mismo truco, aconsejados por sus asesores fiscales, les pescaron, les multaron, y siguen a lo suyo. Pero estamos hablando de formar parte de un gobierno surgido de una moción de censura motivada por una trama de corrupción. En este contexto solo es tolerable una limpieza absoluta avalada por un currículo inmaculado.

Y un último argumento sobre la lealtad. Huerta hubiera debido dimitir el miércoles a primera hora para no perjudicar el lenguaje de símbolos con el que Pedro Sánchez intenta legitimar su mandato sobrevenido: promesa sin crucifijo ni Biblia, gabinete con mayoría de mujeres, orden de acoger a los refugiados del Aquarius... La mancha del ministro de Cultura estropea el cuadro.

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