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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Efímera es la fama

Qué efímera es la fama, cuán escasamente duradero es el brillo deslumbrante de los oropeles. Lo que ayer fueron loas y parabienes, felicitaciones y agasajos, ¿en qué trocaron hoy, más que en dolor y llanto, congoja y desconsuelo? Santos Blanco, que alcanzó notoriedad hace algunos años como integrante de un grupo musical, falleció esta semana en el Albergue Covadonga, en la completa indigencia, como un mendigo anónimo.

Santos sólo contaba 46 años de edad, pero la vida debía pesarle como una losa de hormigón y no encontró la forma de escapar de la hilera de galeotes condenados al exilio de la celebridad. Aunque los últimos años de su biografía se desconocen, víctima del olvido, cabe pensar que fue otro juguete roto, otro renglón que quedó sin firmar, puesto que la popularidad es apenas la gloria en calderilla.

La fama asemeja un espejo de aumento que todo lo agranda y crea ante los ojos una ilusión óptica que no se corresponde con la realidad. Quien se deja deslumbrar por ella corre el riesgo de perderse en el laberinto del ostracismo. El cielo de la fama, escribió Unamuno, no es muy amplio, de manera que cuántos más en él entren a menos toca cada uno de ellos.

Dicen que los poetas no comienzan a vivir hasta que mueren; muchos personajes del mundo de la farándula, sin embargo, mueren en vida, cuando los focos desaparecen y los contratos se acaban. En plena juventud, su osamenta se encorva en el envejecimiento precoz que ocasiona el aislamiento prematuro de las listas de éxito.

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