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Somiedo, el concejo de las 1.800 especies de plantas

El aumento de las vacas y la desaparición de las ovejas están cambiando la vida vegetal de un territorio, el más biodiverso de la cordillera Cantábrica, muy sensible a las alteraciones

La conversación con José Antonio Fernández Prieto, catedrático de Botánica de nuestra Universidad, transcurre tranquilamente durante una reunión de amigos en San Andrés, no lejos de su Mieres natal (1950). Claro que entre personas que se conocen desde hace más de 40 años y que no se han distanciado en todo ese tiempo, casi que no merece la pena seguir hablando de asuntos tan queridos para ambos como es conversar sobre Somiedo, pues llevamos tanto tiempo disfrutando de este territorio que nos une, que pienso que ambos sabemos lo que cada uno considera sobre este paradisiaco rincón del mundo.

A pesar de todo, me he propuesto que estos artículos sobre el sueño somedano sean narrados con la complicidad de sus protagonistas y, aunque sepa lo que opinan sobre tal o cuál cuestión, vuelvo a requerirles su apreciación sobre los temas que comentamos. El profesor Fernández Prieto, o simplemente Prieto, que es como así le llamo, recuerda que llegó a los lagos de Saliencia, procedente de un campamento de verano, en el que disfrutaba de las montañas babianas, allá hacia 1967.

En 1977, el año en que yo finalizaba mis estudios de Biología en la Universidad de Oviedo, Prieto defendía su tesina de licenciatura sobre la "Flora y Vegetación del Valle de Saliencia", antesala de la que sería su tesis doctoral sobre todo el concejo somedano, defendida en 1981, y a la que yo contribuí modestamente acompañándole en cientos de ocasiones. Viajes en su SEAT 600, noches de vivac, interminables horas de herborización y toma de datos, modestos brindis en las altas cumbres, descubrimiento de especies inesperadas e incluso de algunas plantas desconocidas para la ciencia, conformaron una amistad difícil de definir.

Un mundo verde cambiante

Quien, como Prieto, lleva tantos años observando con ojos de científico un paisaje tan variado como el somedano, puede valorar con solvencia profesional la evolución del mismo. Sus primeros años aquí, en Somiedo, eran momentos en los que el fuego se utilizaba como modelador del territorio y los matorrales abundaban donde hoy ya se desarrollan encinares, quejigales y otros tipos de bosques, que son la consecuencia lógica de la evolución de la vegetación, tras años sin fuego o casi.

La declaración, hace ya 30 años, del Parque Natural tal vez haya impulsado un cambio paisajístico imprevisible e insospechado. Es posible que la llegada de un nuevo modelo de desarrollo a Somiedo hubiera servido para un cambio de explotación del territorio que haya configurado un paisaje inesperado.

El abandono, por ejemplo, de muchos prados de siega -algunos entonces con un mantenimiento que se podría calificar de inhumano- ha dado al traste con una biodiversidad florística que merecería la pena conservar. Pero lo que, a juicio de mi interlocutor, puede ser más preocupante han sido los cambios en los sistemas de explotación ganadera. Así, por ejemplo, el incremento exponencial del ganado vacuno y la extinción -o casi- del ovino, ha configurado nuevos tipos de sistemas naturales cuya evolución e impactos son difíciles de prever.

Resalta mi interlocutor el gran cambio producido por el notable incremento de la ganadería de vacuno y la desaparición de los grandes rebaños de merinas. Lugares como la alta montaña de Saliencia, las orillas de los lagos y ambientes turbosos como los llamados Pozos de Promedio, uno de esos rincones en donde Somiedo muestra su esplendor, han comenzado procesos de eutrofización con la llegada de las vacas y la vegetación preexistente inicia su retroceso en beneficio de plantas más nitrófilas que encuentran ahora los elementos necesarios para su desarrollo. Otro tanto ocurre en la Vega de la Ventana, en lo alto del Puerto de Somiedo, en donde la zona húmeda aparece colmada de excrementos de vacas y caballos con la consiguiente alteración de las aguas. Este hecho no sólo es malo para el mundo vegetal, sino que también tiene sus efectos sobre especies muy delicadas de la fauna residente, como es el caso del tritón alpino, la rana de San Antón y de muchos invertebrados sensibles a la pérdida de calidad de las aguas.

¡Y eso que la normativa del Parque Natural prohíbe estas prácticas tan lesivas!, apostilla mi interlocutor.

Una flora muy variada e interesante

Es posible que estemos hablando de una cantidad próxima a las 1.800 especies de plantas vasculares (más de la mitad de las asturianas), lo cual para un territorio relativamente pequeño, de montaña y sin litoral, es una cantidad muy importante. Pero además de la cantidad de especies de flora, en Somiedo hay que hablar de calidad. Endemismos cántabro-pirenaicos, cantábricos o del Noroeste ibérico, conceden al somedano esa suerte de halo de alta biodiversidad del que siempre ha gozado. En los últimos años, y gracias a las técnicas moleculares para el estudio de las especies, el equipo liderado por Fernández Prieto ha enriquecido el catálogo con diversas especies y un género nuevo para la ciencia, el hinojo de roca. Una pequeña umbelífera que era imposible de asignar a nada conocido se desveló como un género independiente, que Prieto dedicó a su gran maestro, Salvador Rivas Martínez, y, perdone el lector la impudicia, el epíteto específico a mí. Nacía para la ciencia Rivasmartinezia vazquezii y poco tiempo después la Campanula mariae-ceballosiae, que lleva el nombre de su mujer. También, tras varios años de discusiones, llegamos a la conclusión de que el sauce rastrero que habita en los Picos Albos no era la especie alpino-pirenaica que se pensaba y bautizamos a este pequeño "salgueiro" como Salix montifringillorum, o sauce de los gorriones alpinos, en honor a estas pequeñas aves que se alimentan en ese entorno.

Es decir, que Somiedo encierra aún muchos descubrimientos al servicio de la humanidad, aunque algunas personas rechacen su estudio o simplemente piensen que estas cuestiones son intrascendentes para los habitantes del concejo e incluso para nuestra propia especie. En lo referente, pues, a la flora, dentro de la cordillera Cantábrica estamos, en opinión de mi contertulio, en el territorio más biodiverso, con ambientes muy ricos en vida vegetal pero muy sensibles a las alteraciones, como son los travertinos, que tienen su máxima expresión en los desfiladeros de La Malva o las turberas entre las que destacan por extensión y riqueza florística las del valle de Prefustes, en las cercanías de Santa María del Puerto.

¿Dibujamos un futuro para el paisaje vegetal somedano?

Ciertamente la pregunta es difícil por lo incierto y lo fluctuante de las políticas agrarias tanto europeas como asturianas. La política agraria común traía consigo buenas ideas que se desfiguraron, el hecho de pagar por la tenencia de ganado en un momento de crisis demográfica: concentró la producción en unas pocas personas, de forma que las actividades de explotación también lo hicieron sobrecargando unos territorios y, por ende, degradándolos y desechando otros que han visto cómo la vegetación leñosa va consolidándose. Es posible que en el futuro de unos cuantos años, si no regresa la plaga de los incendios, veremos un Somiedo con bosques más maduros.

Por otro lado, muchos prados de siega, incluso en el propio entorno de los pueblos, dejarán de cumplir su función, como ya se observa, pues el dinero que llega para conservar estos terrenos se diluye en las ayudas al ganado y nadie vela por la calidad de los pastos. Es más, día a día, llegan camiones cargados de forrajes traídos de otras tierras, incluso lejanas, pero más fácilmente laborables, y ello en detrimento de la explotación tradicional que se hacía antaño. Además, las modas turísticas de acudir a los lugares de naturaleza mejor conservada, protegidos por su patrimonio natural, para competir, léase carreras de montaña, circuitos de BTT o cualquier otra ocurrencia, degradan puntualmente muchos lugares que la naturaleza ha tardado miles de años en engendrar. Un caso paradigmático es el de cientos de corredores todos los años atravesando los suelos crioturbados de El Cornón que formaron esas pequeñas terrazas semicirculares con una flora tan peculiar en su perímetro y también hay que recordar los intentos de correr por las laderas de los Albos o los de circular en bicicleta por las altas morteras de Saliencia, hasta hoy en día afortunadamente sin autorizar. En mi opinión hay otros sitios, caminos y pistas e incluso tramos de carreteras que bien podrían utilizarse y dejar que los grandes valores naturales que poseemos no se vayan al garete por unos pasos mal dados.

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