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La definición del PP

La fragilidad de los populares tras sus primarias

El resultado de la votación del jueves ha contribuido a oscurecer un poco más el ambiente nuboso que rodea desde su convocatoria las primarias del PP. La inmensa mayoría de aquellos que el partido tenía por afiliados no han participado, unos miles entre los que habían solicitado el voto finalmente no acudieron a las urnas, los votantes lo hicieron sin saber lo que diferenciaba a los candidatos, ninguno de los dos presidentes quiso votar y los votos no dieron un claro vencedor. Para colmo, a las sospechas que han caído sobre el censo de afiliados se suma ahora la discusión previa en torno a si debiera aplicarse el principio mayoritario defendido por el partido al efecto de formar un gobierno, en cuyo caso habría que dar por ganadora a Soraya Sáenz de Santamaría, pues los estatutos del partido descartan una segunda vuelta con los mismos electores, o seguir al dictado las normas internas y esperar a que los compromisarios del Congreso decidan, que es la intención de Pablo Casado. El partido, presidencialista desde su creación, no tiene líder, se muestra sorprendentemente frágil y la inquietud por su futuro crece a su alrededor.

Las primarias, como toda elección, sirven para dirimir la disputa por el poder que es normal en cualquier partido, pues de eso trata la política. Esa pugna ha sido una constante en la derecha y llevó a UCD a la disolución y a Coalición Popular a múltiples rupturas y a la refundación. Tras sucesivas derrotas electorales, Aznar dotó a la derecha de una organización política cohesionada y competitiva, y durante un periodo excepcional consiguió imponer su liderazgo de forma autoritaria a las rivalidades internas. Pero cuando dejó la presidencia del Gobierno y del PP quiso sin embargo seguir ejerciendo una influencia sobre su sucesor y las disensiones volvieron a aparecer. La lucha ideológica soterrada que ha habido en el PP desde 2004 está a punto de salir a la calle. No es de extrañar que a muchos dirigentes y afiliados del PP se les hayan aparecido los viejos fantasmas y que la consigna universal de estos días en el partido sea la unidad. El PP se ha desmoronado porque Rajoy era el punto sobre el que se sostenía una precaria estabilidad interna y, a pesar de sus advertencias, el partido parece abocado a un enfrentamiento crispado y lesivo.

En la opinión pública y en las propias filas del PP se ha extendido el temor a que el partido no sea capaz de resolver las diferencias. Para que esto ocurra solo es necesario que se expongan las discrepancias con claridad y respetar hasta sus últimas consecuencias las normas internas y los valores democráticos. Pero es cierto que ni el procedimiento diseñado en el PP para la elección de su presidente, ni el resultado de la primera votación, en realidad una preselección de dos candidatos, facilitan el éxito final del proceso. La insistente llamada de Sáenz de Santamaría a la integración solo ha encontrado por el momento una rotunda respuesta negativa de Pablo Casado. El aspirante tiene motivos para confiar en la victoria final. La candidata derrotada, valiéndose de su posición en el partido, podría inclinar el voto de los compromisarios a su favor y todo indica que está dispuesta a ello. No obstante, al no ser los mismos los electores de la primera y la segunda vuelta, mientras no se conozca a los asistentes al congreso, cualquier pronóstico fiable es imposible. En otras circunstancias, el voto de los afiliados sería incorregible, pero con el censo de afiliados que maneja el PP, Sáenz de Santamaría ha obtenido un escueto 3% y no ha logrado el apoyo suficiente para ser elegida en la primera vuelta. Pablo Casado, por su parte, podría ser presidente del partido, y candidato en las próximas generales a presidir el Gobierno, habiendo sido derrotado en la primera vuelta y gracias al apoyo de la gran perdedora de las primarias, la anterior secretaria general.

En todo caso, téngase en cuenta que en la batalla política, además de las ambiciones personales, están implicadas ideas e intereses. Las primarias del PP, tal como se están desarrollando, pueden dar pie a un inoportuno malentendido. Hay una coincidencia generalizada en pensar que el PP debe renovarse, pero los candidatos han evitado ser explícitos en este punto, aunque a medida que pasan las horas lo van siendo cada vez más. Ayer Pablo Casado, en un homenaje a las víctimas del terrorismo al que asistió, hizo una crítica a la actuación del gobierno de Rajoy propia de un partido de la oposición. Durante la campaña proclamó valores conservadores clásicos. María Dolores de Cospedal dejó claro en Gijón que la renovación del partido no puede consistir en fotocopiar a Ciudadanos. Un sector del partido está siendo citado para responder así al enigmático llamamiento de Aznar a refundar el partido. En el discurso de estos dirigentes, Sáenz de Santamaría es vista como la encarnación del "rajoyismo", un estilo político tecnocrático, sin vigor ideológico, que cede y fracasa ante la izquierda y los secesionistas. Con el señuelo de la renovación, lo que este sector propone de verdad es una vuelta al primer PP.

Y esto es lo que decidirán los compromisarios del partido cuando opten entre ambos candidatos. En el PP no hay solo una lucha entre aspirantes a presidirlo, sino una gran batalla política por el control organizativo e ideológico del partido. En el PSOE también hay corrientes de opinión entre sus afiliados que, traicionados por la nostalgia, de vez en cuando reclaman una vuelta a los orígenes, la recuperación de las señas de identidad, fidelidad a los principios y mayor empaque ideológico. La decisión del PP, percibido ya como un partido muy derechista incluso por muchos de sus propios votantes, tiene un alcance estratégico evidente. Ciudadanos está a la espera.

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