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Instrucciones de vida

Coches que hablan, el brutal cambio tecnológico que registra el mundo del automóvil

Tengo un coche que me habla. No como lo haríamos usted y yo, entiéndanme. Lo hace a su manera. Pero comunicar, comunica. Al principio me sentía rara. Teniendo en cuenta que a su antecesor lo pagué en pesetas, cuando los utilitarios aún no interactuaban con sus ocupantes, toparme de golpe con un cambio tecnológico tan brutal me descolocó. Tanto es así que en los primeros días de vida en común no me atrevía ni a hurgarme la nariz aprovechando los semáforos en rojo por miedo a que me llamara la atención. De depilarme las cejas a plena luz del día, ni les hablo. No fuera que me requisara las pinzas a la primera de cambio y me afeara de paso mi dependencia de las modas habiendo en la historia entrecejos tan potentes como el de Frida Kahlo sin que se le pasara por la cabeza perfilárselo. Y cada vez que, nada más conectarse a mi móvil, me preguntaba que a quién quería llamar, me hacía la tonta. Como que no le había oído. La sola idea de mantener una conversación en su presencia, por intrascendente que fuera, me ponía los pelos de punta.

Pero, como en todas las convivencias, con el tiempo nos hemos ido conociendo y creo que ya empezamos a entendernos. Es verdad que aún no he conseguido que comprenda que la redacción del periódico, por muchas horas al día que pase allí, no es mi hogar y que por eso, después de meses, inexorablemente cada mañana me siga repitiendo que quedan quince minutos para llegar a casa cuando en realidad estoy enfilando hacia el trabajo. Tampoco pasa nada. Ni yo misma lo tengo claro muchos días. Pero con lo que de verdad me ha ganado es con esas indicaciones aparentemente inocentes pero que son pura sabiduría. Porque no sé ustedes, pero ¡lo que yo hubiera dado en algún momento de mi vida por que alguien me hubiera dicho algo tan simple como "modifica tu trayectoria"!

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