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Profesor de Sociología de la Universidad de Oviedo

Mayores vulnerables: un reto a la protección social

Tras la muerte de dos matrimonios de ancianos a modo de aparente "suicidio" en pareja

En pocas semanas se ha repetido la noticia de la muerte de matrimonios de ancianos a modo de aparente "suicidio" en pareja. En algunos casos se supone que pudo ser acordado previamente por ambos cónyuges, pero el dato de que sea siempre el hombre el que mata a la mujer (y luego se suicida) y el modo en que se realiza plantea dudas graves: o se trata de asesinatos, con su componente de violencia de género, o se trata de acciones debidas a algún desequilibrio psíquico de la persona causante.

En este segundo caso, podemos entender que este tipo de sucesos son síntoma dramático de una sociedad que produce nuevos riesgos o altera su intensidad. La vulnerabilidad de las personas mayores y su sentimiento de desamparo puede estar detrás de este tipo de acciones y debe ser considerada como una patología social, como una expresión de las "nuevas pobrezas" que demandan respuesta institucional. Quizás también debamos sopesar la influencia cultural de una visión según la cual la vida (propia y ajena) solamente merece la pena cuando la podemos vivir en plenitud.

Más allá de las circunstancias de cada caso, nos estamos asomando como sociedad a un reto nuevo: somos una sociedad envejecida, donde cada vez hay más personas mayores, con cada vez menos descendientes en condiciones de atenderlos debidamente y donde la oferta de servicios apropiados para resolver las necesidades de esas personas dista mucho de ser la adecuada a las crecientes necesidades y a las posibilidades de muchas familias.

La paradoja del "familismo". En nuestro sistema de bienestar, lastrado por recortes de los años recientes, permanece la paradoja del "familismo": el sistema de protección descarga sobre la familia una gran parte de la responsabilidad en la atención a sus miembros dependientes o vulnerables y sin embargo ofrece a las familias muy poco apoyo. Dejaremos para mejor ocasión el comentario acerca del fiasco de la llamada "ley de dependencia".

El sistema de servicios sociales del que disponemos se ha diseñado de modo que interviene casi siempre bajo demanda y en muchos casos de forma burocrática: las personas con determinadas necesidades han de tomar la iniciativa de acudir a solicitar ayuda (por ejemplo, solicitar el salario social o "la dependencia"). Pero el sistema tiene muy poca capacidad para detectar por sí mismo necesidades ni situaciones de vulnerabilidad concretas, ni menos responder a ellas con un tipo de intervención preventiva que evite en lo posible una mayor complicación de la situación y hasta una deriva dramática, como se produce en algunos casos.

Además, las políticas sociales suelen estar compartimentadas de tal manera que es fácil perder de vista a la persona y su contexto, con lo que el resultado es que hay situaciones y riesgos que nadie percibe o de los que nadie tiene la responsabilidad institucional de ocuparse. Se supone que basta la intervención de la familia (si la hay) hasta que aparecen los síntomas dramáticos en las páginas de sucesos.

Sinergias entre Salud y Servicios Sociales. Los casos recientes de muertes de parejas de ancianos, sean "suicidio pactado" o "crimen compasivo", reclaman una respuesta de tipo preventivo que podría comenzar por establecer sinergias efectivas entre el servicio de salud y los servicios sociales. Las personas mayores suelen frecuentar los servicios sanitarios de atención primaria, lo que permitiría desde la consulta médica o de enfermería detectar muchas situaciones de riesgo.

Esta relación funciona bien en los hospitales: el paciente anciano sin vínculos familiares directos o en posible situación de desamparo, cuando ha ingresado en el hospital recibe atención de la trabajadora social, quien se ocupa de establecer contacto con los familiares que pueda haber y con las instituciones que proceda, para diseñar una intervención ágil que permita atender debidamente a esa persona tras recibir el alta hospitalaria, realizando las gestiones adecuadas para proporcionar la atención necesaria en cada caso.

Pero en los servicios de salud de atención primaria, la presencia de las trabajadoras sociales se percibe aún como algo testimonial (suelen compartir dedicación en varios centros de salud, a los que acuden algún día a la semana para unas horas de atención) y limitada en gran parte a la orientación en la gestión de ayudas y trámites relacionados con los servicios que proporciona la Seguridad Social.

Lo que propongo es que se enriquezca esa presencia del trabajo social en el sistema de salud, o mejor aún, que se establezcan relaciones sinérgicas entre los servicios de salud y los servicios sociales, introduciendo de forma sistemática procedimientos que permitan detectar a las personas y hogares donde existe una situación de vulnerabilidad y riesgo, para poder ofrecer a tiempo una intervención profesional integral.

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