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Los paraguas de Moscú

Se puso a llover en Moscú y, durante un buen rato, el presidente Putin tuvo la protección de un paraguas mientras sus colegas de Francia y Croacia soportaban jubilosos el chaparrón y abrazaban futbolistas. Tardaron en llegar paraguas de refuerzo, lo que sorprende un poco en un evento tan importante. Si alguien pensó que podía llover, nadie pensó que tener un presidente a cubierto y dos bajo el aguacero iba a dar una imagen de ribetes simbólicos: el presidente de casa tiene más ventajas logísticas que los visitantes; Croacia y Francia son pequeñas en comparación con la madre Rusia. Uno de los signos de la crisis es que, con ella, se considera más aceptable que antes mostrar emociones en público sin distinguir los modales del palco de los gritos de los bares. En el palco, Macron no se cortó. Y los franceses celebraron su victoria mientras los croatas bajaban la cabeza. Se ha puesto de moda estos días hablar de la infancia turbulenta de algún futbolista de la antigua Yugoslavia. Qué lentos son los analistas del fútbol: siempre observan con retraso. Los croatas tenían la indeseada ventaja de haberse curtido en tiempos terribles en un momento de sus vidas; seguro que eso los marcó. Ese misterioso plus de sufrimiento moldea el carácter, el espíritu de lucha y la actitud en el campo. Modric recordó a Cruyff en una (solo) aparente apatía mezclada con un sentido especial de la creatividad, una cierta conciencia de que los otros no son tan brillantes. Y se quedó, también como Cruyff, en subcampeón.

Hubo más cosas interesantes en el Mundial. A Telecinco no se le cae la cara de sonrojo por el trato ultrajante que nos da obligándonos a soportar anuncios de coches y gesticulaciones indescifrables de Jose Coronado en lances en los que, antiguamente, el espectador mantenía su derecho a ver qué estaba pasando en el prau sin soportar publicidades. También esto es un signo de lo que se avecina. Ponen voz de coleguear con nosotros como si compartiéramos chigre, pero nos desprecian absolutamente. Una pausa, te dicen en la tele, y ahí te quedas. Te pierdes lo que pasa en el campo de juego y también, todo hay que decirlo, la sintaxis impagable de Kiko y Camacho, escuderos lingüísticos de la ciencia sagrada del balompié. En realidad, todo tiene la misma moraleja; si no brincas en el palco, pareces elitista; si no hablas a trompicones, también. Y si pareces elitista, no te comes nada. No echaremos de menos las torpezas tabernarias de Telecinco, pero hay que agradecerles que nos recuerden los caminos del futuro, como hace Internet. Tu privacidad nos importa, te dicen. Es para invadirla, pero se lo perdonas y te siguen tomando por imbécil. Y Sánchez, en plena regeneración democrática (¿cuántas van ya?) nos muestra qué bien maneja el dedo nombrando consejeros. Qué verano tan ameno llevamos, cuánto les importamos a los que mandan. En Jauja seguimos.

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