La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Piropos y fundamentalismo

Las medidas de corrección política entre sexos

¡No tiene remedio! Hoy no puedo comenzar el escrito más que de este modo: confesando que probablemente me sumerja en un terreno cenagoso y que me van a llover los palos desde todas las esquinas; afirmando que la tensión, la rivalidad y el duelo entre géneros se incrementa día a día: meditando que en qué lío nos estamos metiendo; vaticinando que el número de solteros aumentará en progresión geométrica; declarando que otro tanto, pero en sentido inverso, será el de los nacimientos; comprobando que la guerra está declarada; que, que, que?

Quieren creer que, a pesar de no sufrir misoginia, últimamente, salgo a la calle con un sentimiento de culpabilidad, camino por las aceras con la vista baja para, aunque sea sin intención, no fijar la vista en ningún ser del sexo opuesto, no sea el demonio que me reprendan por acoso. Aunque no piensen que tan solo le sucede a este pobre pecador, porque mujeres y hombres de todas las clases sociales padecemos el mismo problema. No hace mucho tiempo iba por la calle con la frente alta, al tener muchos amigos y amigas saludaba constantemente, cuando cuadraba me detenía a largar una parrafada y continuaba ruta. En ocasiones, con la empanada que arrastro, saludaba a personas que me parecían conocidas y, al final, tampoco pasaba nada; como mucho me decían: ¿de qué nos conocemos? Deshacíamos el entuerto y todos tan felices. ¡Cualquiera se atreve a continuar con tal ritmo social!

Se cumple hoy una semana, subí al autobús municipal, tomé asiento y me dediqué a hojear el periódico. Al cabo de dos paradas se ocuparon todas las plazas, vi una señora que andaría por la cuarentena y le cedí el sitio. Bien pensé, por la cara de trueno que mostró, que la había agraviado gravemente; al final aceptó la sugerencia sin un solo gesto de agradecimiento. Todo ello aconteció por haber estudiado en la niñez las reglas de urbanidad. ¿Se acuerdan de ellas?

¡Ah! Cruzo los dedos ante los labios y juro por lo más sagrado que jamás en mi vida he dedicado un piropo a una desconocida. Como mucho, a una amiga y en presencia de testigos he dedicado alguna flor gramatical. Lo que sí me obliga a confesar y entonar un severo "mea culpa" es que siempre me ha causado sonrisas el gracejo sevillano con las mujeres de buen ver; y lo que aún es mucho peor, me divertía leyendo el libro "La tesis de Nancy" de Ramón J. Sender, libro blasfemo donde los haya: juzguen ustedes mismos y digan que sí, que hay que recuperar el "Índice", aquel que tanto contribuyó a una sana formación de la juventud.

Cuenta Nancy: "los hombres están muy bien, pero a veces hablan solos por la calle cuando ven a una mujer joven. Ayer pasó uno a mi lado y dijo: -Canela. Yo me volví a mirar, y el añadió: -Canelita en rama". En otro pasaje narra: "En la puerta del café hay siempre gente joven, y cuando vuelvo a casa veo que alguno me mira y dice: 'Está buena'. Yo no puedo menos que agradecerles con una sonrisa su preocupación por mi salud." Unas páginas más adelante describe el poema que le dedicó el medio novio de Elsa: "En un cuartito los dos, veneno que tú me dieras, veneno tomara yo". No acaba aquí el entuerto porque vuelve a insistir en el mal gusto: "Iba yo por la calle de las Sierpes con la profesora retirada del college y pasó un joven y le dijo a Mistress Adams: "Vaya usted con Dios y su niña conmigo." Creía que era su hija." Otra manifiesta grosería es al detallar: "Un joven me miró despacio de pies a cabeza y dijo con cierto entusiasmo: -¡Viva el glorioso movimiento!". Siento tener que acudir a estas chocarrerías pero no encuentro mejor forma para ilustrar el relato.

Tanto me he concienciado con la nueva situación que, en la actualidad, salgo con un libro entre las manos e intento enfrascarme en su lectura, aunque no logro concentrarme. ¡Que va! La tentación no vive en el segundo, campa, como el aire que respiramos, a su libre albedrío. Lucifer señorea los dominios de la mujer y del hombre. Nadie, salvo que esté ungido por la mano de Dios, se libra de pecar. Ellas, cuando pasa un joven de buen ver, son incapaces de resistirse a pensar -si van en grupo lo proclaman entre risas-, "vaya tío cachas, que bueno está, y vaya pompis que tiene?". Si por el contrario es un hombre el que se tropieza con una joven llamativa por su belleza pues, qué quieren que les diga, ocurre otro tanto de los mismo ¡No puedo remediarlo! Cuando intuyo unos ojos preciosos, una melena al viento, un cuerpo escultural y un taconeo real, los ojos huyen de la página para posarse en la celestial belleza.

Claro que eso era cuando la guerra entre géneros no existía, ¡Ahora cualquiera! ¿Quién se atreve a posar la vista en silueta ajena? El riesgo -abomino de escribir esto-, "para todas y todos" es máximo. Lo sorprendente es que se está trasladando a la naturaleza. Malvises, raitanes, jilgueros y demás aves menudas han dejado de asombrarnos con piruetas inverosímiles y cantos de amor. Los lobos ya no aúllan a la luna llena reclamando a la hembra para aparearse. Los potros tampoco relinchan contentos cuando vislumbran las jacas. Aquel magistral toro dejó de custodiar el rebaño para que no lo tilden de machista. Venadas, corzas y jabalinas han expulsado a todos los machos de sus territorios. La reina de las abejas devoró todos los zánganos? Al final, la guerra entre mujeres y hombres también se traslado a la naturaleza. Por ello esta se ha contagiado de tristeza.

Bueno, hasta aquí todo dicho en clave de humor, pero piensen que sin amor la ilusión desaparece y, para llegar a él es necesario que mujer y hombre se miren a la cara, admiren sus cuerpos, se rían sin motivo, se cojan de la mano, se besen?, todo, todo. Igual que se ha hecho durante miles de años, sin restricciones fundamentalistas. Por supuesto, siempre con el máximo respeto para todos los seres humanos. De cualquier raza o tendencia sexual.

Compartir el artículo

stats